Friday, November 25, 2011

 

El mirlo blanco


Sí, pero hay que

cultivar nuestro jardín.

—Voltaire, Cándido.

A Miguel Ángel Granados Chapa lo conocí en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas de la UNAM en 1960. Tomábamos clase de redacción con Henrique González Casanova. Lo recuerdo, vestido él, Miguel Ángel, de traje gris y de chaleco, mientras Henrique nos leía Hiroshima, el inolvidable reportaje de John Hersey diez años después de la bomba. Muy serio, tímido, el compañero también llevaba la carrera de Derecho, aprendizaje que siempre se le notó: en sus artículos siempre está lo que cierta pedantería abogadil llama

“sindéresis”, una forma de razonar y de manejar conceptos que tal vez sea la virtud más útil del conocimiento jurídico y que lo hermana con la literatura.

Era tal su sentido del deber, su obsesión por cumplir, que una vez en Oaxaca lo vi levantarse de una cena hacia las once de la noche para tomar un autobús que lo pusiera a tiempo en el DF y estar en los micrófonos de Radio UNAM a las 8 de la mañana.

Era un mexicano que tenía palabra. Rara avis. Mirlo blanco. Si alguna vez se equivocó, como es natural, de inmediato reconocía su error y enmendaba, sabiendo que el periodismo es como un juzgado de primera instancia donde tienen valor los hechos pero no de manera definitiva e inapelable. De cualquier cosa se le podía reclamar, menos de haber actuado de mala fe. Casi todas sus diferencias y simpatías, desavenencias y lógicas enemistades, se desprendían de lo que pensaba y escribía porque, también lo lamentaba, el periodismo no es una profesión para hacer amistades.

Es triste reconocer que en muchas cosas tenía razón: en el hecho de que el gremio de los periodistas es insolidario y rencoroso. Ningún periódico, ningún otro periodista, salió a la calle para protestar por el golpe a Excélsior en 1976. Tampoco cuando mataron a cuatro colegas en Chihuahua. Alguien que se pasa la vida criticando, descubriendo defectos, adivinando las movidas macabras del poder, nunca perdona cuando a él, periodista, se le critica. Un político, curiosamente, suele ser menos rencoroso.

El periodista por lo demás, decía, no tiene ningún poder, salvo cuando su trabajo coincide con una gran movilización social. Tampoco el periodismo es el “cuarto poder”, como sí lo es la televisión, desgraciadamente. En México Televisa tiene más poder que un partido político.

Picaba piedra, dejaba caer la gota sobre la roca, todos los días, como si estuviera edificando una catedral. Por negras que fueran las cosas —¿cómo no ser pesimista si la realidad es pésima?— el mero hecho de su persistencia diaria hablaba de una auténtica fe en el país. No todos está podrido, decía, no todo es el México de Televisa y la clase política. A la postre lo mejor de los mexicanos prevalecerá. Creía, como Scott Fitzgerald, que las cosas no tienen remedio pero que al mismo tiempo hay que hacer algo por arreglarlas. Nos hizo ver que el pesimismo es lo menos edificante del mundo, lo más inmoral; que no puede ser, de ninguna manera, que un artículo periodístico equivalga a echar un vaso de agua en el océano Pacífico. Por bajo que el ánimo decaiga, el mero acto de escribir es una manifestación de optimismo. Te mueres, pero dejas un manuscrito en una botella.

La vida es una maravillosa acumulación de saber, dice Umberto Eco. Todos los días aprendemos algo y nos enriquecemos. Por eso duele ver todo lo que se va con la muerte: la experiencia, los poemas y los boleros memorizados, la sabiduría, la ética del agradecimiento, la tolerancia, la moral del trabajo bien hecho y a tiempo.

Oui, mais il faut cultiver notre jardin.


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