Saturday, November 26, 2011

 

Nuevo periodismo mexicano

A Jaime Pérez Mendoza
Contra la rapidez, la brevedad y la natural superficialidad de la televisión informativa, está proliferando entre nosotros un nuevo periodismo: el que toma como espacio las trescientas o cuatrocientas páginas de un libro.
Periodismo en libro: de eso trata, justamente cuando algunos pesimistas avizoran la muerte del libro por el predominio de los medios audiovisuales que promueven el alejamiento de la cultura gráfica. No pocos periodistas mexicanos —José Reveles y Magali Tercero, Marcela Turati, Diego Enrique Osorno, Anabel Hernández, Ana Lilia Pérez, Javier Valdez— se empiezan a dar cuenta de que en el libro tienen más espacio y más tiempo. No tienen que escribir bajo presión y, lo que es más divertido, no tienen jefe.
El libro es al terreno en el que hay más libertad de expresión. La hay también en el periódico y la revista, pero menos en la televisión y la radio. Va de más a menos, según lo penetrante que sea el medio. De ahí que el libro sea el lugar en el que más cosas se pueden decir y con una mayor densidad.
Y no es que los compañeros del nuevo periodismo mexicano hayan descubierto el hilo negro. Ya en los años 80 Carmen Gaitán editaba los libros de Miguel Buendía (La Cía en México, por ejemplo, de 1983), de Miguel Ángel Ganados Chapa, Heberto Castillo, y otros, en la editorial Océano.
Diego Enrique Osorno ha publicado este año País de muertos, en la colección Debate, un conjunto de crónicas en el que comparecen Alejandro Almazán y el fotógrafo tijuanenses Alejandro Cossío. John Gilbert, joven estadounidense que reportea en México desde 2005, acaba de salir con su México rebelde, crónicas de poder e insurrección, también en Debate, que preserva para le historia —como todo libro— lo que está sucediendo en estos momentos en la guerra del Estado contra el narcotráfico.
Dice José Reveles, autor él mismo del reciente Levantones, narcofosas y falsos positivos, que ya hay cerca de cien libros de los nuevos periodistas. Y que se venden como pan caliente. Acaso el espacio de los diarios y de las revistas (Proceso, Nexos, Gatopardo, Milenio Semanal, Chilango, Letras Libres, Emeequis) les sabe a poco y les ha resultado insuficiente a estos caballeros andantes que no se la acaban: quieren escudriñar todos los rincones del país y dar cuenta, por ejemplo, de la vida cotidiana en Culiacán en los tiempos del narco, como lo hace Magali Tercero en Cuando llegaron los bárbaros, o como lo cuenta Héctor de Mauleóndesde Tijuana o Ciudad Juárez en Marca de sangre. Casi todos ellos, aunque no lo sepan, provienen de la escuela de Julio Scherer. Son reporteros scherereanos por su manera de encarar los hechos y a los personajes.
Natalia Mendoza, en Conversaciones con el desierto (publicado por el CIDE), Alma Guillermoprieto en El país del nunca jamás, Fabrizio Mejía Madrid, Sanjuana Martínez, Lidia Cacho, Sergio González Rodríguez, Renato Ravelo, Alejandro Gutiérrez, Juan Villoro, Cynthia Rodríguez, Judith Torrea, son apenas unos cuantos.
Se diría que repudian el pesimismo (aunque la realidad sea pésima) no sólo como poco edificante sino como inmoral. Su pasión es prueba de que el libro reportaje no puede ser tan sólo una cucharadita de bilis en el mar, sino una declaración voltaireana a favor del optimismo, de la fe en la palabra impresa, y con ello salvan la estirpe de los mexicanos en este país de todos los demonios.

 

Entrevista desde ultratumba

La entrevista de 1975 con el poeta argentino Máximo Simpson, que vivió en México en los años setenta, no llegó a cumplirse porque Rulfo nunca entregó sus respuestas al entrevistador. El acto de la entrevista, entonces, no se consumó… o se consumó desde el más allá. De haber sido recibida y publicada por Simpson el texto le pertenecería ahora como autor, pero como quedó algún tiempo olvidada entre los manuscritos que dejó el novelista jalisciense, fallecido en 1986 a las 69 años. Sin embargo, la anécdota replantea un interesante problema para los especialistas en derecho de autor. ¿Quién es el verdadero autor de la entrevista, el entrevistado o el entrevistador?

Para el escritor argentino fue un verdadero regalo de la vida que el tiempo —veinticinco años después— le haya devuelto las respuestas de Rulfo primero en Milenio Semanal (del 14 de septiembre de 1998) y luego en el número 1 de Los Murmullos (primer semestre de 1999), el boletín de la Fundación Juan Rulfo que reproduce las preguntas a máquina de Simpson y las líneas redactadas por Rulfo, de su puño y letra.

A Simpson le emocionó mucho la fotocopia de su cuestionario y las contestaciones de Rulfo:

“Fue una verdadera sorpresa, y muy grata, porque yo había dado todo por perdido, y nunca imaginé que Rulfo intentaría contestar ni siquiera la primera pregunta. Yo conocía, como muchos otros, la actitud reticente de Rulfo ante el periodismo, y no quise acosarlo para obtener sus respuestas. Siempre me repugnaron los periodistas mercenarios, para los que una buena primicia vale más que una o muchas vidas”.

La entrevista había sido acordada por Rulfo en casa de Fernando Benítez, adonde fueron a comer Máximo Simpson y Federico Vogelius, entonces director ejecutivo de la revista Crisis de Buenos Aires. Rulfo dijo que esta vez sí iba a responder. Le pidió a Simpson que preparara unas preguntas para contestarlas por escrito. Después de entregarle la lista, Simpson le mencionó la idea dos o tres veces, pero no quiso insistir más. Le pareció que Rulfo no tenía ganas de seguir con ese compromiso y sintió, Simpson, que estaba respetando su voluntad.

“Me hubiera dado vergüenza importunarlo. Para mí era más importante mantener una relación cordial con ese ser humano y escritor al que admiraba inmensamente y por el que sentía mucho cariño, aunque no era mi amigo, sino apenas un conocido. Me gustaba sentarme a conversar con él cuando lo encontraba en la librería El Ágora. Siempre fue muy cordial. No hablábamos de literatura sino de bueyes perdidos, y ése es uno de los regalos que me dio la vida, y que le debo a mi querido México.”

Durante los años anteriores a 1975, los veinte que habían transcurrido desde 1955, fecha de la primera edición de Pedro Páramo, Rulfo no había hablado del encomendero. La idea de asociarlo con el cacique parece haber sido una deducción suya, a posteriori, como lector de Pedro Páramo. Tal vez por su profundo conocimiento de la historia de México, especialmente la del siglo XVI.

Lo que en otro párrafo refrenda la entrevista frustrada es el interés y la pasión que tenía Rulfo por lo que los filósofos alemanes llaman el quehacer histórico social. Tenía conciencia de la tierra, de la historia y sus consecuencias, su devenir, su construcción social y política. Y entendía sus concatenaciones. A ese tipo de experiencia histórica, y no sólo personal, aludía cuando razonaba que la creación literaria se hace de la experiencia, la memoria, la imaginación y la emotividad. Si era un escritor nato, como decía Efrén Hernández, fue porque nació sabiendo lo que a otros les toma cuarenta años entender: que la literatura es invención y mentira, que está íntimamente engarzada al ser humano y que procede a partir de la ficción de la memoria, dejando blancos activos aquí y allá, oquedades significativas, huecos por donde puede inmiscuirse la creatividad del lector (como el que ve en el cacique al encomendero). Por eso consiguió que el realismo fuera también en su obra, sin dejar de serlo, una ilusión.

“Yo no me preguntaría por qué morimos, pongamos por caso; pero sí quisiera saber qué es lo que hace tan miserable nuestra vida. Usted dirá —le dijo a Máximo Simpson— que ese planteamiento no aparece nunca en Pedro Páramo; pero yo le digo que sí, que allí está desde el principio y que toda la novela se reduce a esa sola y única pregunta: ¿dónde está la fuerza que causa nuestra miseria?"

Desde ultratumba, donde ha de charlar con el conde de Chateaubriand, Rulfo completa la entrevista.


Friday, November 25, 2011

 

El mirlo blanco


Sí, pero hay que

cultivar nuestro jardín.

—Voltaire, Cándido.

A Miguel Ángel Granados Chapa lo conocí en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas de la UNAM en 1960. Tomábamos clase de redacción con Henrique González Casanova. Lo recuerdo, vestido él, Miguel Ángel, de traje gris y de chaleco, mientras Henrique nos leía Hiroshima, el inolvidable reportaje de John Hersey diez años después de la bomba. Muy serio, tímido, el compañero también llevaba la carrera de Derecho, aprendizaje que siempre se le notó: en sus artículos siempre está lo que cierta pedantería abogadil llama

“sindéresis”, una forma de razonar y de manejar conceptos que tal vez sea la virtud más útil del conocimiento jurídico y que lo hermana con la literatura.

Era tal su sentido del deber, su obsesión por cumplir, que una vez en Oaxaca lo vi levantarse de una cena hacia las once de la noche para tomar un autobús que lo pusiera a tiempo en el DF y estar en los micrófonos de Radio UNAM a las 8 de la mañana.

Era un mexicano que tenía palabra. Rara avis. Mirlo blanco. Si alguna vez se equivocó, como es natural, de inmediato reconocía su error y enmendaba, sabiendo que el periodismo es como un juzgado de primera instancia donde tienen valor los hechos pero no de manera definitiva e inapelable. De cualquier cosa se le podía reclamar, menos de haber actuado de mala fe. Casi todas sus diferencias y simpatías, desavenencias y lógicas enemistades, se desprendían de lo que pensaba y escribía porque, también lo lamentaba, el periodismo no es una profesión para hacer amistades.

Es triste reconocer que en muchas cosas tenía razón: en el hecho de que el gremio de los periodistas es insolidario y rencoroso. Ningún periódico, ningún otro periodista, salió a la calle para protestar por el golpe a Excélsior en 1976. Tampoco cuando mataron a cuatro colegas en Chihuahua. Alguien que se pasa la vida criticando, descubriendo defectos, adivinando las movidas macabras del poder, nunca perdona cuando a él, periodista, se le critica. Un político, curiosamente, suele ser menos rencoroso.

El periodista por lo demás, decía, no tiene ningún poder, salvo cuando su trabajo coincide con una gran movilización social. Tampoco el periodismo es el “cuarto poder”, como sí lo es la televisión, desgraciadamente. En México Televisa tiene más poder que un partido político.

Picaba piedra, dejaba caer la gota sobre la roca, todos los días, como si estuviera edificando una catedral. Por negras que fueran las cosas —¿cómo no ser pesimista si la realidad es pésima?— el mero hecho de su persistencia diaria hablaba de una auténtica fe en el país. No todos está podrido, decía, no todo es el México de Televisa y la clase política. A la postre lo mejor de los mexicanos prevalecerá. Creía, como Scott Fitzgerald, que las cosas no tienen remedio pero que al mismo tiempo hay que hacer algo por arreglarlas. Nos hizo ver que el pesimismo es lo menos edificante del mundo, lo más inmoral; que no puede ser, de ninguna manera, que un artículo periodístico equivalga a echar un vaso de agua en el océano Pacífico. Por bajo que el ánimo decaiga, el mero acto de escribir es una manifestación de optimismo. Te mueres, pero dejas un manuscrito en una botella.

La vida es una maravillosa acumulación de saber, dice Umberto Eco. Todos los días aprendemos algo y nos enriquecemos. Por eso duele ver todo lo que se va con la muerte: la experiencia, los poemas y los boleros memorizados, la sabiduría, la ética del agradecimiento, la tolerancia, la moral del trabajo bien hecho y a tiempo.

Oui, mais il faut cultiver notre jardin.


 

La democracia mediática

El ojo que ves no es ojo

porque tú lo veas;

es ojo por que te ve.

—Antonio Machado

Una de las cosas nuevas que sí hay bajo el sol en nuestro tiempo es la intrusión de los medios audiovisuales, televisión y radio, en la democracia electoral, que ya no es como lo era en la Atenas de Demócrito. Ahora la actividad comunicativa se encuentra entre las más manipulables y es un cuchillo de dos filos: puede servir para pervertir la democracia y echarla a perder o para conducir a la humanidad a una de las fases más sublimes de su historia: a una democracia plena y madura, sana y constructiva.

Dicen los especialistas que la televisión ha transformado la política. “Más que el Parlamento, la televisión es el gran foro público donde se debate lo que a todos atañe y donde se libran las batallas por el poder”, se sostiene en la Democracia mediática (Ed. Ariel, Barcelona, 1999) que armaron Alejandro Muñoz-Alonso y Juan Ignacio Rospoir, profesores de opinión pública en la Universidad Complutense de Madrid. Se trata de una recopilación de siete artículos sobre campañas electorales en Gran Bretaña, Alemania y España. La idea de fondo es que la “democracia mediática” es aquella donde los medios llegan a usurpar funciones propias de las instituciones y conduce a la uniformación o a la “norteamericanización” de la política. Todo ha de ser, al manos en los países débiles y proclives a la imitación, como en Estados Unidos.

“La televisión ya no es sólo la cancha en la que se dilucidan las batallas políticas, sino también el arma que se utiliza para asegurarse la victoria”, cueste lo que cueste. Porque la tentación de controlar al Estado es muy grande y porque, ya lo sabemos en México, la política es dinero. Una de las motivaciones más fuertes al intervenir en las campañas electorales es conseguir el poder para hacer negocios y proteger los que ya se tienen.

Enrique Peña Nieto dice que no es el candidato de Televisa pero lo cierto es que no estaría en el lugar que ocupa hoy en las encuestas si no hubiera hecho el gran negocio propagandístico para aparecer casi todos los días, durante los últimos cinco años, en los noticieros de la concesionaria. Jenaro Villamil ha documentado que con Televisa se han firmado y pagado contratos hasta de mil millones de pesos, a cambio de inventar la candidatura de Peña y pasar como notas periodísticas actos de verdadera propaganda machaconamente. Se dice en los mentideros de la Condesa, en el Mama Roma, en los de Tijuana, en el cafetería del hotel Lucerna, o en la del hotel Gándara de Hermosillo, que Televisa va a poner Presidente. No pocos pesimistas lo creen. “Si no es que ya lo puso”, dicen los más amargados.

El regreso del PRI si sería tan grave si no fuera que equivale a que lo peor de la política nacional se reenganche con Peña Nieto: el grupo de Atlacomulco, los hampones del Estado de México, los hijos de Hank González, Salinas de Gortari, Montiel. Es tal la prepotencia y la convicción de que ya está en la Presidencia, que el candidato de Televisa se da el lujo de sostener a Humberto Moreira como Presidente del PRI. Otra demostración de poder, en el estilo del autoritarismo previsible del personaje, es haber decidido que en el caso de la niña Paulete no hubo crimen qué perseguir. En los estados los procuradores son empleados de los gobernadores y quien decide si hay elementos o no para investigar un delito es al señor gobernador, según su capricho y según sus intereses. Esa es la oferta de justicia de alguien que Televisa a convertido en candidato inevitable del PRI.

Van por todo los amigos de Peña Nieto. Van por el petróleo, los negocios, van a consumar lo que el PRI siempre se ha propuesto: el saqueo del país. El hampa política en el poder.

El caso de Televisa es único en el mundo, muy sui generis. Digno de más de una tesis de comunicación en la Universidad Anáhuac. Su papel no es como el de la televisión alemana, de bajo perfil, sin locutores demasiado protagónicos. Los últimos gobiernos le han dado a Televisa un carácter como de partido político, más poderosa que no pocos partidos políticos y todo mundo (Fox, Calderón) se le arrodilla.

Antes cuando en Televisa recibían un telefonazo de Gobernación se ponían a temblar. Ahora, cuando en Los Pinos reciben un telefonazo de Televisa, se cagan del susto.

Dos de las grandes irresponsabilidades históricas de Felipe Calderón han sido darle al Ejército un poder que no tenia hace tres años y aumentar el poder tal vez irreversible de Televisa. Vamos a ver qué consecuencias tiene esto dentro de cinco o diez años. Por lo pronto, el año que entra Televisa estará en la Presidencia.

Habrá de verse, pues, si las elecciones se ganan con la televisión o con la televisión en contra. De pueblo en pueblo, a pata, o de canal en canal, en cadena nacional. La oportunidad histórica que la vida le pone por delante a Emilio Azcárraga es hacer de la televisión una verdadera instancia de la democracia. Eso es mucho más importante y trascendente que tratar de hacer más dinero que Carlos Slim. Ojalá estuviera consciente Emilio Azcárraga de lo importante que sería para su país

—por amor a su país— ofrecer una televisión equitativa, rica en discusiones y en ideas, imparcial, pareja con todos los candidatos. En aras de la convivencia civil.


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