Thursday, April 07, 2011

 

El problema de la justicia

—Pero no todos son inocentes. Digo, los que caen en el engranaje. —A como anda el engranaje, todos podríamos ser inocentes. —Pero entonces también podría decirse: a como anda la inocencia, todos podríamos caer en el engranaje. Leonardo Sciascia, El contexto Si algo ha dejado el diferendum con Francia por el affaire Casez es que se puso al menos de manifiesto lo mucho que nos avergüenza el desastre y la corrupción del sistema de justicia mexicano. Otra llamada de atención, una más, ha sido la exhibición del documental Presunto culpable, que se queda corto si se piensa en los miles de inocentes que desperdician o pierden sus vidas en las cárceles mexicanas. La pregunta es angustiosa: ¿Por qué antes y después de la Revolución, durante todo el siglo XX, no hemos podido resolver el problema de la justicia? La policía mexicana de nuestros días no ha sido mejor que la de los rurales que apuntalaban la dictadura de Porfirio Díaz, un cuerpo integrado por asaltantes y asesinos. No por nada Los bandidos de Río Frío, la gran novela de Manuel Payno, eran policías. Lo que queda claro es que el sistema de la administración de la justicia en México —a cargo de hampones profesionales y litigantes delincuentes— no es el sistema de justicia de un país democrático. No se puede emprender una guerra contra el narcotráfico si el Estado no puede confiar en sus policías. No se puede entender la impotencia presidencial si no se toma en cuenta la impronta de la ilegitimidad que ha distinguido este gobierno desde 2006. Allí podría estar el nudo de la trabazón, en que no quedó muy claro si Calderón ganó las elecciones o si las ganó haciendo chapuza. No es única la especulación en el sentido de que el Estado mexicano va perdiendo la lucha contra el narco porque en gran parte las policías no le son fieles. Los agentes no obedecen a sus superiores. Se trata de un entramado tan complejo que no es posible saber si un policía le es leal al país o no y se sabe que no hay crimen organizado que no esté coludido con la autoridad. De hecho, ésa es la definición de “crimen organizado”. Todo mundo está metido en el ajo. Se habla mucho de “colombianización” cuando lo que a México le hace falta es precisamente eso: que se colombianice. En Colombia hay una auténtica división de poderes. El poder judicial actúa por su cuenta sin sometimientos a gobernadores o presidentes. Por eso en Colombia hay sesenta congresistas tras las rejas. No simplemente indiciados. No. Sesenta diputados y senadores dentro de la cárcel. En México eso simplemente es impensable. En Perú hay por lo menos un expresidentes preso. Y es que tanto en Colombia y en Perú todavía existe el Estado. En México hace ya mucho tiempo que el Estado dejó de existir. Lo sabía y lo presentía Franz Kafka en “La colonia penitenciaria”: “El principio por el cual me rijo es: la culpa está siempre fuera de duda.” ¿De dónde surge la policía, cómo se forma y se sostiene, a quién sirve? ¿Es un monstruo autónomo, con dinámica y código propios, invencible? ¿Quién es la que verdaderamente tiene el poder en la calle? La policía guarda el orden, blasón de todos los dictadores. A veces el orden “evoca el desorden más profundo: véase el caso del fascismo”, dice Sciascia. Y, leyéndolo, Rodolfo Peña acotaba: “Si el problema de la policía no se ha resuelto es porque jamás, en ninguna parte y en ninguna época, se ha hecho el más mínimo intento de resolverlo.” A nuestro amigo chihuahuense, periodista y editor de La Jornada, le gustaba leer al siciliano. Decía Rodolfo Peña que en realidad la policía no es ningún problema: Para los poderes —que incluyen a la sociedad política, pero también a los dueños de la riqueza y a las iglesias— la policía es una necesidad, una garantía de preservación y reproducción como cualquier otro cuerpo coercitivo. El Ejército, por ejemplo. El supuesto es que los poderes están siempre enfrentados a una masa degradada, poco fiable, cargada de culpas y de faltas, capaz de amotinarse en cualquier momento y de cometer las peores tropelías. En el poder a nadie le importa lo que la policía haga con la masa anónima de la que sus miembros fueron arrancados un día para enfundarlos en un uniforme, diferenciarlos y ponerlos en estado de tensión continua, contra sus antiguos congéneres. “Si la policía roba, extorsiona, golpea, tortura, secuestra y mata, no hace más que confirmar sus deformaciones y vicios de origen, y así está bien: lo que sí le está prohibido es aliarse con la masa, identificarse socialmente con ella, porque entonces perecería su razón de ser.” De lo que se trata es de mantener a raya a la masa, no de administrar justicia. http://periodismoimpreso.blogspot.com/

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