Wednesday, March 02, 2011

 

Un oficio de fracasados

Habiendo fracasado en
todos los oficios, decidí
hacerme periodista
.
—Mark Twain


Por su título, Un oficio de fracasados, del periodista español Rodolfo Serrano, este libro de apenas 150 páginas podría parecer una diatriba más en contra del periodismo. Pero no lo es, a pesar de que recoge muchas de las malas cosas que, irónicamente, se han dicho y se siguen diciendo sobre el periodismo y sus oficiantes. El periodismo, como el comercio y el crimen, no ha sido inmune a la tecnología ni a la globalización.
Rodolfo Serrano (Madrid, 1947) está de vuelta de muchas experiencias. Trabajó 25 años en El País y vive en Córdoba, donde publicó —en la editorial Berenice— este libro amable, poco crítico y que lleva un prólogo de Juan Luis Cebrián.
Piensa el autor que el periodismo es bonito y apasionante. No le quedó ninguna amargura. Lo que ha tratado de demostrar es que los periodistas, si somos honestos, somos unos fracasados porque no logramos lo que queríamos. “Queríamos cambiar el mundo y no lo conseguimos.” La idea se le ocurrió hace varios años cuando escribió un artículo titulado “No digáis a mi madre que soy periodista”.
Si bien habla de manipulación, plagio, corrupción, presiones políticas, que ha visto a lo largo de su carrera, su reflexión se centra más que nada en la ética, la honestidad y la imparcialidad del periodismo, pero no deja de deslizar la sensación de que, luego de muchos años, la actividad periodística equivale a trazar rayas en el agua. Siente uno a veces que ejerce un periodismo sin consecuencias.
Cree que a diferencia de hace 25 años, el periodismo en España ha cambiado; y no tanto porque se perdió con el tiempo la ilusión que significaba rehacer las cosas durante el periodo de transición política, al pasar de la dictadura franquista a lo que vino después, sino porque ha cambiado la rapidez de la publicación de las noticias y porque cada vez se pisa menos la calle. “Se hace periodismo de butaca y de teléfono.” Lo que antes necesitaba 24 horas para llegar al lector ahora tarda unos minutos. Vivimos prácticamente en una época en la que se da la simultaneidad de la información; de las cosas se sabe en cuanto suceden, aunque lo importante no es informarse rápido sino estar bien informado.
Entre una meditación y otra, Serrano desliza alguna otra frase sarcástica sobre el periodismo como la de Louis Pauwell que decía que “la nuestra es la única profesión que te permite escribir sin necesidad de leer”. Más adelante vuelve a explicar que el título del libro viene de la sensación que tienen los periodistas cuando ven que su artículo no ha cambiado la sociedad como ellos pensaban (ilusos) que ocurriría.
Libelo pro y contra el periodismo, sin embargo, el texto de Rodolfo Serrano puede hacer comprender al lector la grandeza de este trabajo cuando se desarrolla con honestidad, sin dejarse absorber por ese poder con el que se convive a diario pero al que hay que mantener a distancia. Su colega José Luis Rodríguez siente que el libro “nos deja un sabor agridulce porque todo lo que cuenta no sólo es cierto, sino que, con otras situaciones y personajes, es adaptable a lo que hemos visto en los dos lados de las trincheras”.
El saldo de esta reflexión es más optimista que pesimista. Serrano se mantiene en la fe de que el periodismo es la mejor herramienta que tiene el ciudadano para defenderse de los abusos del poder. A la larga o a la corta, las revelaciones del periodismo impreso tienen su efecto en la sociedad y en el gobierno, pues en última instancia la aspiración de toda labor periodística es mejorar la calidad de la convivencia civil, es decir, de la democracia.
Uno de sus lectores, al preguntarse qué es un periodista, recuerda algo que le contaba una maestra de literatura: En una isla remota perdida en un mar todavía más remoto, un volcán amenaza hacer explosión en cualquier instante y destruirlo todo en cuestión de minutos. En medio del caos y del desaliento que semejante cataclismo ocasiona, sólo existen dos clases de personas: las que quieren abandonar la isla a cualquier precio y unos locos que luchan desesperadamente por ingresar a ella.
Estos últimos se hacen llamar periodistas.
Y es que en el fondo, Rodolfo Serrano no se siente tan fracasado por el hecho de que el periodismo no haya cambiado las cosas. Sabe, como aquel escritor norteamericano de la generación perdida, que si bien las cosas no tiene remedio, al mismo tiempo —paradójicamente— hay que hacer algo por transformarlas. Y ese algo se puede hacer desde el periodismo, todos los días, gota a gota, hasta horadar la piedra de la estulticia y la intolerancia. Después de la literatura, no ah actividad humana más apasionante que el periodismo: te permite conocer países y personas, y vivir la vida como una permanente aventura, como dice Mario Vagas Llosa.
De este género de libros, el que anteriormente había llamado la atención por su carga crítica es Los nuevos perros guardianes, del francés Serge Halimí, discípulo de Pierre Bourdieu. Allí se cuestiona la práctica del periodismo francés y se señala, sobre todo, a los locutores de televisión como los más influyentes. Dice Halimi que son los nuevos guías espirituales de la sociedad y que cubren el papel que antes correspondía a los sacerdotes o a los intelectuales. El autor francés, profesor de la Universidad de Berkeley, en California, hace una amarga e irónica denuncia de los “comunicadores” y su transformación actual en cortesanos del poder (el contexto es el de los sueldos altos) que no ven a los lectores como ciudadanos sino como atontados consumidores de una mercancía que se llama información. Piensa que hoy más que nunca se mantiene el cordón umbilical entre el poder y la prensa. Los locutores se sienten importantes y se preocupan por adivinarle el pensamiento a sus patrones y a la más poderosa clase empresarial cuyos intereses defienden todos los días y a toda hora. En cadena nacional.




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