Wednesday, March 02, 2011

 

Muerte de un periodista

And that’s the way it is.
—Walter Cronkite



El sábado 18 de julio de 2009 dejó de estar entre nosotros Walter Cronkite, el primer periodista oral, radiofónico y televisivo importante que ha dado la historia. Tenía 92 años y lo habían jubilado a los 65, prematuramente. Durante más de dos décadas se dirigió todas las noches, de lunes a viernes, al pueblo norteamericano. Su autoridad moral procedía de una convicción inherente al oficio, según la axiología de aquellos tiempos: decir la verdad.
Empezó desde muy joven repartiendo periódicos en Houston. Luego fue haciéndose en el periodismo escrito de diferentes diarios y de varias estaciones de radio en las que se escribían las notas antes de leerse al micrófono. Trabajó para la cadena CBS. Y todo mundo estaba habituado a él, al periodista que nunca tomó partido, que nunca se inclinó hacia ninguno de los dos lados de la balanza en la que se sopesan las creencias políticas y los intereses empresariales.
Pensaba antes de hablar y medía sus palabras.
Practicaba un periodismo tradicional, “a la americana”, en el que el locutor no podía permitirse deslizar —ni siquiera con un gesto o un movimiento de hombros— una opinión. Creía en los cánones de la objetividad y la imparcialidad hasta lo humanamente posible. Practicaba asimismo la ética de no hacerle el vacío a nadie. La única vez que al final de una frase se le salió el amago de una lágrima fue cuando el 23 de noviembre de 1963 corrió al micrófono en mangas de camisa y dijo: “El presidente John F. Kennedy murió hoy en Dallas.”
Antonio Caño dice que en los tiempos de Walter Cronkite “el periodismo era una asunto serio, que contaba cosas serias a un público inteligente y confiado”. Eran los días de Mike Wallace, David Brinkley y Chet Huntley, miembros de la generación que empezó a dignificar al periodismo audiovisual al menos en los Estados Unidos. De lo que se trataba era de contar simplemente lo que estaba ocurriendo hasta donde fuera posible, siempre rectificable la verdad periodsística.
Decían que hablaba un inglés comprensible para toda la población y todas las clases sociales, con un acento de la clase media californiana o más bien de la costa Oeste. No el acento tejano o del sur, no el acento medio británico de Nueva Inglaterra ni el de la entonación neoyorkina.
En un momento de la historia en que en diversos países no pocas empresas televisivas empiezan a actuar como partidos políticos, apoyando a un candidato o a otro, concediendo más tiempo a una idea que a otra, promoviendo una suerte de populismo mediático que anima a las masas, la vida de Walter Crokite estará siempre en los manuales de periodismo como un caso de ética ejemplar.
Una vez lo quisieron hacer senador, ya que era “tan buen analista político”.
—No –dijo—. Por dos razones. Una: si acepto un cargo público tendría que empezar a mentir. Y dos: yo soy periodista, no político. El hecho de que hable de política no me autoriza a meterme en política. Es como si a un buen comentarista de futbol lo metieran a trabajar como quarterback de los Cawboys de Dallas.



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