Wednesday, March 02, 2011

 

Los nuevos guías espirituales

Una de las diatribas más leídas y polémicas de los últimos años contra los “comunicadores” es el pequeño libro de Serge Halimi, Les nouveaux chiens de garde (Los nuevos perros policías, periodistas y poder), que apareció en París en 1997 haciéndole honor al famoso texto de Paul Nizan escrito en 1932: Los perros guardianes (un violento ensayo contra la filosofía tradicional y una crítica despiadada a la indiferencia de los intelectuales). La traducción podría ser también “Los nuevos perros guardianes”, pero a estos cuadrúpedos en México más bien se les conoce con el nombre de “perros policías”.
Estos especímenes equivaldrían al ejército de locutores, conductores, “reporteros”, que defienden en todo el país, las 24 horas del día y en cadena nacional, a los dos cárteles de la televisión mexicana que ocupan el 90 por ciento del espacio y además consiguen —mediante sus servidores del PAN y del PRI en la Cámara de Diputados— excensiones de impuestos por miles de millones de pesos. Ocupan ahora esos locutores el lugar que antes cubrían los sacerdotes o los intelectuales.
Serge Halimi, especialista en medios, es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Berkeley y director de Le Monde Diplomatique. Su panfleto —dicho sin connnotación moral ni peyorativa, más bien en el sentido que al panfleto se le daba en los tiempos de Paul-Louis Courier— enfoca sus baterías contra la nueva clase de periodistas que han proliferado en nuestro tiempo alrededor del mundo y sobre todo en Francia.
El autor francés hace una amarga e irónica denuncia de los “comunicadores” y su transformación actual en cortesanos del poder que no ven a los lectores como ciudadanos sino como atolondrados consumidores de una mercancía que se llama información y que es muy maleable. Piensa que hoy más que nunca se mantiene el cordón umbilical entre el poder y la prensa.
Sostiene que por definición las informaciones son volátiles, caducas, tanto las radiofónicas como las televisivas y las impresas: son efímeras, y quienes viven de transmitirlas conllevan tales relaciones de poder con los dueños de los grandes cárteles de la comunicación que hoy en día se han convertido en sus propagandistas y defensores. Estos “mercenarios”, como Halimi los llama, manipulan, ocultan información, siguen las directrices que sus patrones les marcan y procuran legitimar lo que se conoce como “pensamiento único”. Se benefician de canonjías (sueldos muy altos, casas baratas, boletos de avión, vacaciones pagadas, regalos, negocios, automóviles, préstamos de bajo interés) y llegan a creerse importantes, tanto como los políticos lo decidan —al tomarlos en cuenta— para condicionarlos y utilizarlos como pregoneros de sus intereses.
Además, ya en su escritorio y frente a su computadora, plagian con toda impunidad: se roban ideas y frases ajenas (de Internet, por ejemplo). Mientras en Estados Unidos, por ejemplo, el plagio es causa de desprestigio profesional y en las universidades puede justificar el cese del estudiante o del profesor, en la prensa francesa el periodista plagiario disfruta de una total impunidad. La técnica consiste en sustraer del artículo de algún colega los análisis y las investigaciones, hacerlos propios, y citar al desgraciado una sola vez, en un tramo perdido y accesorio del texto. Por si lo atrapan en falta, el plagiario tiene la audacia de citar al autor como prueba de su buena fe, pero escondiendo mucho su nombre, ocultándolo, como sólo saben hacer los periodistas.
Toda esta decepción, según Halimi, ha venido a significar que el periodista se ha venido a poner —gracias a una política de muy altos sueldos— al servicio de los intereses de clase. La proximidad con ciertos dirigentes, la frívola propensión a un estilo de vida cortesano, los choferes y las camionetas blindadas, la disponibilidad para trasmitir una visión conformista de la realidad, han metido al periodismo en un sistema de casta. Las consecuencias más visibles son la pérdida de la credibilidad, la disminución de los lectores, y el empobrecimiento de la dialéctica social. Mientras tanto, los llamadas códigos de ética o deontológicos —un simulacro, una máscara- no podrán modificar la coyuntura, que se ha vuelto un sistema.”
Las empresas de la comunicación no tienen murallas. Los locutores constituyen sus murallas.

* * *

Postscriptum:

No hay convento o iglesia de los dominicos que no tenga por allí una pintura con unos perros, como en el convento de Santo Domingo de Oaxaca.
Por lo demás la expresión dominicos no resulta “etimológicamente” de domine—cane, que supuestamente significaría “perros del señor”, sino de Dominicus, que significaba Domingo. Domine—cane quiere decir literalmente Señor—canta. La frase a la que alude el título de Serge Halimi sería Domini canes. Pero es una invención muy tardía que nada tiene que ver con la etimología de los dominicos.
En el tercer y último volumen de las obras completas de Leonardo Sciascia, Opere 1984—1989 (Bompiani, Milán, 1991), el crítico Claude Ambroise estampa en el prólogo:
Sólo un inquisidor podría decir cuál era el Dios de Leonardo Sciascia. Pero en sus libros se pueden encontrar varias figuras de Dios. Para empezar, la del inquisidor.
El inquisidor actúa en el nombre de Dios. Y a la figura de ese Dios le da sentido la etimología medieval de Domenicani/Domini canes, habiendo sido la orden de Santo Domingo particularmente activa contra los “rastrojos herejes”. Veteados de negro y blanco, en la iglesia de Santa María Novella, en Florencia, se encuentran pintados “los perros del Señor”. El de los inquisidores es un Dios de los perros: un patrón al que obedecen, siguiendo su arbitraria voluntad, que los ha adiestrado para defender la propiedad y cazar otros animales.



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