Thursday, February 03, 2011

 

El columnista fantasma

La paternidad de los artículos firmados con el pseudónimo de "Pedro Baroja" —que desde 1983 se publicaban en la esquina inferior derecha de la página 6 de Excélsior (en México DF)todos los martes— fue atribuida el viernes 13 de diciembre de 1985 por Margarita Michelena, en el propio Excélsior, al director de Información de la Dirección General de Comunicación Social de la Presidencia de la República en ese entonces: Rafael Cardona Sandoval.
En la primera línea de su columna, Margarita Michelena, categórica, afirmaba:
"El señor Rafael Cardona, que firma en estas páginas con el seudónimo de Pedro Baroja y escribe por encargo del gobierno, opina en su optimista artículo..." Y pasaba a refutar la hebdomadaria y triste —es triste que el presidente Miguel de la Madrid— defensa del Presidente que cada martes realizaba "Pedro Baroja":
"El señor Cardona o Baroja tiene tanto optimismo como mala memoria", añadía Margarita Michelena reaccionando ante el panegírico que de los tres primeros años del gobierno de Miguel de la Madrid elaboraba "Pedro Baroja". No creía la escritora de Excélsior que hubiera descendido el desempleo en el país ni que se hubiera frenado la carestía: "Obras son amores y no buenas razones, así sean las del señor Cardona o Baroja, a quien probablemente le den por allá arriba, donde presta sus incondicionales servicios, auto, chofer y, claro, gasolina".
No era la primera vez que públicamente se asociaba el nombre de un funcionario de la Dirección General de Comunicación Social de la Presidencia con "Pedro Baroja".
Para Adrián Lajous —funcionario de toda la vida y editorialista— el agazapado autor de las defensas presidenciales era el mismo Manuel Alonso (jefe de prensa de Los Pinos), mientras que para Miguel Ángel Granados Chapa el escritor fantasma respondía al nombre legal de Rafael Cardona, el periodista nacido en el D.F. el 3 de mayo de 1950, con estudios en la Universidad Iberoamericana y una experiencia recogida durante once años, entre 1970 y 1981, en La Prensa, Últimas Noticias, Excélsior, El Sol de México, Diario de México, Siempre!, El Universal y unomásuno, antes de trabajar como reportero de Televisa y Canal 13.
Adrián Lajous, ex director del Banco Nacional de Comercio Exterior, único funcionario que se opuso a la nacionalización de la banca, padre de cuatro hijos en el poder, relacionó implícitamente el nombre de Manuel Alonso, el viernes 8 de noviembre de 1985, con "Pedro Baroja", quien en un texto en defensa de Ramón Aguirre (jefe entonces del Departamento del Distrito Federal) publicado dos días antes en el mismo Excélsior había descalificado a Lajous como un "predicador de soluciones fallidas" que había "hundido la pierna en el barro del ridículo".
En menos de 72 horas contraatacó el ex funcionario lópezportillista:

Tengo mala suerte con los directores de Comunicación Social del gobierno. Primero me atacó el de la Secretaría de Relaciones Exteriores y ahora el de la Presidencia de la República. No quiero ahondar en el primer caso, el de un señor Campeón, porque usó su nombre y su apellido y, además, porque he fumado la pipa de la paz con el canciller. Manuel Alonso, el director de Comunicación Social de la Presidencia, en cambio, escribe con un seudónimo barroco. En su artículo del martes de esta semana, que estuvo dedicado a exculpar a Ramón Aguirre, además de hacer comentarios despectivos de mi trabajo y de mi persona, me tildó, entre otras cosas, de ser "predicador de soluciones imposibles". Muy su derecho de opinar así. Lo que sí me pisó el callo es que me atribuye tenerle envidia a Aguirre.

Y bordaba Lajous sobre las relaciones entre la prensa y el poder:
Desde que tengo memoria, las entidades públicas tenían jefes de prensa que se encargaban de repartir boletines y sobornos. En los últimos años, sin embargo, se ha tecnificado y subido de rango la función. Un síntoma de eso es el cambio de título. Ahora los jefes de prensa se llaman pomposamente directores de Comunicación Social y Relaciones Públicas.

Lajous reconocía no haber sido nunca "monedita de oro" y que por lo general no lo amedrentaban los ataques, pero "cuando vienen del gobierno ya es otra cosa".
"¿Son, me pregunto, manifestaciones de ira sólo de quien firma los artículos, sea con nombre o con seudónimo? Me alarma la posibilidad de que resultara otro el origen".
Al reparar en la creciente importancia de los encargados de la imagen presidencial, Adrián Lajous pensaba que la presencia de Alonso en todos los actos públicos del Ejecutivo le "da fuerza y le permite actuar con autonomía. Fue en uso de ella creo yo, que mostró su irritación conmigo en su artículo del martes 5 del presente".
Y antes de advertir que "los gobiernos recientes le están dando demasiada importancia a la crítica", Lajous concluía: "Como articulista me halaga que se me tome en cuenta. Como ciudadano, me alarma que no se dé demasiada importancia a los escribidores. En cualquier caso, amigo Alonso, no vale la pena que busque usted pleito con nosotros".
Un año y medio antes, el jueves 21 de julio de 1983, desde las páginas de Siempre!, Miguel Ángel Granados Chapa se defendía de "Pedro Baroja" pero aún no estaba seguro de que fuera el seudónimo de Rafael Cardona.
"El impío Baroja", lo llamaba Granados Chapa y contaba que, en respuesta a un artículo suyo sobre la soberbia y la ineptitud políticas, "Pedro Baroja" y otro enigmático firmante, "Toribio Xicoténcatl", le enviaron en sus columnas un intimidatorio mensaje privado.

Tardoncitos, pero buena paga, quienes se pusieron el saco, es decir, quienes creyeron que la crítica se dirigía a ellos inventaron un respondedor, que tardó exactamente una semana en hacer publicar un artículo para castigar con su diatriba al "soberbio" descriptor de la soberbia gubernamental. Con obviedad extrema, el mismo día en que el inopinado colaborador de la página editorial de ese diario (Excélsior), Pedro Baroja, examinó mi artículo con el peculiar método del ataque ad hominem y no al argumento, también apareció otro de talento análogo, en ese mismo diario, igualmente dirigido a censurar a censuradores, y escrito también por otro autor que hacía su debut en esas páginas, Toribio Xicoténcatl.
Es probable que el impío Baroja y Toribio Xicoténcatl existan, y hasta es probable que ellos hayan escrito. Pero no resisto la tentación de pensar que se trata de seudónimos, para dar paternidad a textos pergeñados en oscuras oficinas.

Granados Chapa le corría la atención al lector haciéndole la salvedad de que si tuvo que ocuparse de "Pedro Baroja" fue por

quien mandó escribir y publicar el artículo, el contenido del recado, la advertencia privada de la que tomo nota y acuso recibo. Es un recado privado porque al no mencionarme, sólo yo podría advertir que se trata de mí, pues muy pocos lectores sabrán de dónde fueron tomados los párrafos impugnados por Baroja.
No sé bien a bien quién patrocina a Baroja. Lo supongo.

La "argumentación" y el tono de Toribio Xiconténcatl en la página opuesta a la de "Baroja" en el usurpado Excélsior, escribía Granados Chapa, denotan un origen común.

Eso es lo grave, es lo que debe decirse abiertamente. Es útil que la crítica se conteste con la crítica. Sería absurdo que los críticos se rehusaran a ser pasados por el mismo cedazo que ellos aplican en su actividad pública a otras actividades públicas. Pero cuando la crítica a los críticos es manejada a trasmano, subrepticiamente, vergonzantemente, desde el poder, éste se usa de modo ilegítimo.
razonaba Granados Chapa y concluía —no sin temor— en ese número de Siempre! de 1983:

No quiero hacer baladronadas. No está en mi carácter ni en mis posibilidades. Me asusta la hipersensibilidad de los poderosos, por lo que puede esa condición de su piel motivar. Hoy son ataques anónimos en un diario de circulación nacional. Otro día pueden ser otras cosas. Ni modo. Aquí espero.

Eran tiempos indiscernibles, de veladas y ambiguas recriminaciones a la prensa desde la oscura impunidad del poder. Otro seudónimo circuló en esos días, el de "Enrique Castilla", quien dedicó un artículo a Manuel Buendía ("Ayer, Manuel Buendía escribió en este diario una columna insólita y en el fondo criminal", en ese tono) el 13 de diciembre de 1983 y asestó otro a Lorenzo Meyer el 29 de diciembre del mismo año con mucho conocimiento, por cierto, del ambiente interno del área de El Colegio de México donde Meyer hace sus investigaciones.

''En México hay irrestricta libertad de prensa, incluso para aquellos que de vez en cuando tratan de hacer análisis críticos respecto a conductas del gobierno y sus personajes. Pero los de este grupo de periodistas "cada vez más pequeño" deben estar dispuestos a pagar "como una especie de impuesto al valor agregado" una cuota de regaños, invectivas, insultos y aun amenazas veladas", escribió Manuel Buendía en su columna de Excélsior el 10 de enero de 1984.
Esta sanción se decreta según juzga leve o grave la falta el Big Brother, un funcionario de quinto nivel que es en México como la caricatura "muy deteriorada" del personaje orwelliano.
Del mismo modo que los individuos, el gobierno tiene derecho a la legítima defensa. Aún más: un individuo puede renunciar a este derecho y entregarse al martirio, pero al gobierno no le está permitido ese camino de la santidad.
Sobre todo un gobierno que se reputa democrático tiene la obligación de salir en defensa de sus tesis, sus acciones, sus programas y, por supuesto, de la conducta de sus funcionarios. Así se enriquece la vida política del país y se establece un diálogo útil con algunos estamentos de la sociedad civil, por lo menos,

argumentaba Buendía antes de poner como ejemplo la "respuesta organizada" de Carlos Salinas de Gortari a una discusión abierta que sobre la crisis promovió la revista Nexos:
El ejemplo contrario, según Buendía, "lo representa este personaje cuyo proceder recuerda inevitablemente, pero en una estrafalaria versión, al Big Brother de Orwell".
"En México vivimos unas relaciones sociales fundamentalmente sanas respecto a la manifestación de las ideas. Por eso se vuelve más resaltante la actividad de quienes de tarde en tarde pretenden asumir versiones o, mejor dicho, lamentables caricaturas, a ratos con su pizca cómica, del Big Brother orwelliano, quien hace a ciertos comentaristas disfrazados el encargo de pegarle a Fulano".
"Al día siguiente aparece la `paliza intelectual´, a cargo generalmente de alguien que se avergüenza de firmar con su verdadero nombre", comentaba Manuel Buendía.
Finalmente en La Jornada, el 30 de diciembre de 1984, un año y medio después de su primer round con "Baroja" en Siempre!, Miguel Ángel Granados Chapa se decidió por Rafael Cardona:
"Hace dos semanas la periodista Isabel Arvide presentó un libro firmado por ella, en ceremonia presidida por Rafael Cardona, empleado de la oficina de Alonso, y a quien se reputa como el autor de la mayor parte de las columnas escritas bajo el nombre de Pedro Baroja, un seudónimo con el que la oficina de prensa de la Presidencia rebaja el nivel de ésta agraviando a los contradictores de las políticas presidenciales".
En ningún momento Rafael Cardona, el funcionario público, desmintió públicamente las aseveraciones de Granados, Michelena y Lajous.
Nadie mejor que el propio "Pedro Baroja" —a quien el 2 de agosto The Wall Street Journal llamó "un columnista misterioso del periódico Excélsior"— resumió las acusaciones directas que, entre otros, le venían haciendo Margarita Michelena, Adrián Lajous y Miguel Ángel Granados Chapa. El 17 de diciembre de 1985, en su esquina inferior derecha de Excélsior, "Baroja" tomó al toro por los cuernos:

De un tiempo a esta fecha el deporte de investigar si soy o me parezco, si existo o me inventan, se ha vuelto muy popular entre algunos escritores, asunto que en un país con mayor espíritu deportivo podría resultar francamente de risa loca, pero que aquí a veces parece un acto de paranoia.

Tira la piedra Cardona y esconde la mano.

No llevo una cuenta precisa pero me han dicho que el autor que no se atreve a confesar su nombre es funcionario de la Contraloría. En otra ocasión me dijeron que de ninguna manera, que el asunto provenía de los complicados laberintos de Bucareli y aun me han hecho habitante de Tlatelolco.
Recuerdo que el señor Lajous, quien tanto divierte en ocasiones con su simpática ironía, me dijo que soy en verdad Manuel Alonso, a quien tengo el gusto de conocer por el sencillo procedimiento de haberlo visto por televisión el día que anunció el gabinete presidencial.
El señor que escribe en un vespertino de esta ciudad me dijo que mi padre se llama Guillermo y que me había inventado hace dos años y un caricaturista de esos de la desatinada izquierda dijo que el problema era que el gobierno pensaba que todos los periodistas encarnaban a Pedro Baroja,

escribió aludiendo al dibujante Helioflores.

Otro columnista dijo que se trataba en verdad de un señor Cardona de quien conozco algunos antecedentes periodísticos, pero a quien parece ser otros conocen mejor que yo porque afirman algo que quizá no les conste.
Pero en fin, que si de carne y hueso debo ser, al menos que se me permita el uso de mi propio pellejo y mi real osamenta. Que me señalen como padres a esos colegas —Gutiérrez Canet, Campeón, Alonso, Cardona, Mora y cuantos más se les pueda ocurrir— no me molesta en todos los casos: solamente en algunos, pero dejemos eso de lado. [...]
Yo agradezco el interés en mi trabajo y la enorme curiosidad que despierta mi fantasmal aspecto, pero nadie debe preocuparse tanto.
Alguno de estos días sin el menor aviso el telón se alzará y quizá miren ustedes mi fotografía en alguno de esos diarios donde uno ve de pronto a quien siempre creyó que era una espectral visión. Es probable que para el próximo coctel que haya en el Ambassadeurs pueda yo presentarme ante todos quienes aquí dejan huella del pensamiento crítico y de la capacidad de análisis de la inteligencia mexicana.
Mientras tanto trataré de cumplir con el artículo semanal que posiblemente llegue algún día a interesar por sí solo y no por los fulgores de misterio que algunos adivinan en el autor.
Mientras tanto, esperemos una semana. Ojalá que en ésa no sea uno ya ni piojo ni fantasma ni materia de desahogos personales. Hasta entonces.

Hasta allí la autodefensa de "Pedro Baroja".
Una antología de sus columnas más significativas por lo que podrían tener de punto de vista oficial respecto a ciertos asuntos públicos —escritas con no mal estilo, con lo que se dice "mucho oficio" o "muchas tablas" tendría que recoger las que dedicó a la defensa de los altos sueldos de los funcionarios, a los desaparecidos políticos, al "escritor de panfletos" (un verdadero juego pirandelliano), a Miguel Ángel Granados Chapa cuando él y otros periodistas abandonaron unomásuno, a Álvaro Echeverría Zuno cuando Jesús Reyes Heroles privó de presupuesto al Centro de Estudios del Tercer Mundo, a justificar los bajos salarios mínimos en enero de 1984, a los "subsidios" a las universidades, a denostar al Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear, a regañar al director de Contenido, Armando Ayala Anguiano pero, naturalmente, sin nombrarlo.
Otros artículos suyos de propaganda tuvieron que ver con la "estabilidad constante" del PRI que puede declararse "sin vanagloria ni ligereza, satisfecho en términos generales". O bien, desde la fortaleza del anonimato se permitió dirigir su dedito admonitorio a los "eternos inconformes", los "quejicosos", los "cretinos de tomo y lomo", los "nuevos inquisidores", los "profesionales del descontento", los "profetas frustrados", etcétera.
Tendía a defender la sinceridad del Presidente. Insistía en que en ese sexenio se les llamaba a las cosas por su nombre, al pan se le decía pan y al vino vino: "Miguel de la Madrid ha hecho de la verdad un credo político". Textual.
Y como parte de una maquinaria de verdadera propaganda, "Pedro Baroja" elaboraba: "Sencillo sería echar a andar una enorme maquinaria de falsa propaganda para presentar otra imagen de la vida nacional, pero eso no lo hace un hombre responsable".
Defendía la reforma urbana, los viajes al extranjero del Presidente, la venta de empresas paraestatales, el ingreso de México al Gatt, la "limpieza" de las elecciones en Chihuahua, la carta del presidente De la Madrid a Belisario Betancur, el recorte presupuestal; se indignaba con los periodistas que defendían a Jorge Díaz Serrano y con los damnificados por el terremoto del 19 de septiembre que se presentaban en Los Pinos a reclamar.
Los "eternos descontentos" o los "eternos inconformes" eran para "Pedro Baroja" aquellos "aptos para decir que todo está mal, muy mal, pero incapaces de aportar soluciones o proposiciones viables".
Da la impresión de que no son los intereses de la opinión pública los que en verdad desean defender, sino que utilizan los espacios públicos de los medios informativos para tratar de llamarla atención y por consecuencia ejercer un cierto podercillo en favor suyo únicamente.

Así lo decía el 12 de noviembre de 1985, desde el santuario de su seudonimato. Aunque, a fin de cuentas, a los discrepantes les perdonaba la vida:

Pero, por lo que se ve, todo indica que el gobierno respeta esta situación, no vaya a ser que alguien se sienta coartado en su derecho de libérrima expresión, aunque su expresión sea tan desatinada como enorme su derecho.

Como los hombrecitos, desde el poder defendía al poder:

Se ha dicho hasta el cansancio que el estilo es el hombre y yo veo en este hombre de estilo mesurado, serio, profesional, exactamente lo que el país requería después de tantos excesos, de tanta frivolidad y de tanta y tan espesa demagogia.

O bien:

Pero por fortuna este gobierno no está para darle gusto a los críticos que dejan de serlo en cuanto reciben alojamiento en la nómina, sino para cumplir con la encomienda constitucional de velar por los intereses de la mayoría.

De Excélsior, diario que se prestó a sus escritos y al que se concedían como "exclusivas" las entrevistas presidenciales, opinaba:
Dicen que este periódico carece de autoridad moral para presentar las palabras del jefe del Estado mexicano. Yo me pregunto por qué si este diario no tiene autoridad moral, Manuel Buendía escribía en sus páginas, siendo como lo reconocen muchos el actual símbolo del ejercicio profesional y moral del periodismo.

Volvía a tirar la piedra y a esconder la mano:

Ya se ha visto que detrás de la fría prudencia que caracteriza a este régimen, hay una voluntad tenaz de corregir las cosas y dar cada vez más transparencia a la vida pública. Esa es posiblemente la esencia del programa de Renovación Moral del país (mayúscula de “Pedro Baroja”).

Y el exceso retórico, como en un mitin del PRI, no lo amilanaba:

Apoyemos el intento de Miguel de la Madrid de cambiar a nuestro país; démosle al Presidente nuestra confianza; analicemos sus acciones en estos 16 meses de su gobierno, y si somos justos, objetivos y honestos con nosotros mismos, tendremos que aceptar que el hombre hace hasta lo imposible por sentar las bases para un México mejor.

Literalmente, lo anterior, el 20 de marzo de 1984.
Sin embargo, en toda su posición —que giraba alrededor de unos 135 artículos entre mediados de 1983 y finales de 1985— había dos piezas que no tenían desperdicio, dos joyas de la propaganda y la desinformación: "El salario del miedo" y "Nombres en una lista".
Para justificar los aumentos a los altísimos funcionarios del gobierno federal, "Pedro Baroja" argumentaba que "en honor a la justicia habría que decir que muchos de ellos no ganan en un mes lo que el cantante Juan Gabriel se embolsa en un palenque por el dudoso arte de berrear durante un par de horas".
Así lo escribe el 27 de noviembre de 1984.
Sobre "Lo máximo del mínimo", diez meses antes, el 3 de enero de 1984, había afirmado que

este aumento será suficiente para que el trabajador solvente su gasto familiar en condiciones de prudencia y decoro. Nada más, pero nada menos [...] El incremento ahora es de un treinta por ciento en el salario del sector laborante, que de haber llegado a mayores ingresos habría puesto en riesgo su propia fuente de empleo, y con ello todo lo demás.

Más generoso era su juicio, pues, respecto a los ingresos de los altos funcionarios el 27 de noviembre de 1984:

Es plausible que el gobierno de la República retribuya justamente a sus servidores de más alto rango al mismo tiempo que los compromete a no dejarse crecer las uñas. Si bien los sueldos podrían parecer desproporcionados, baste decir que en 1982 un secretario de Estado recibía 33 veces el sueldo mínimo que se pagaba en el gobierno, y que para 1985 esta proporción se ha reducido a 18 tantos.

Severo con los trabajadores al "analizar" su salario mínimo, "Pedro Baroja" se mostraba indulgente con los funcionarios mejor remunerados del país:

Baste comentar que un funcionario internacional, como por ejemplo de las Naciones Unidas o alguna de las agencias alemanas o estadunidenses que trabajan en México, percibe, aquí, como jefe de proyecto, 65,000 dólares al año. Cifra mucho más alta que la alcanzada por un oficial mayor en cualquier secretaría de Estado de México. Los ejecutivos de las grandes empresas privadas de México, como alguna de esas en las que usted puede pensar que con razón quiebran, reciben entre dos y siete millones de pesos anuales, libres de polvo y paja, y prestaciones hasta por 50 por ciento anual sobre el sueldo monetario neto.

"Pedro Baroja" escogió la fecha del 2 de octubre de 1984 para evacuar en Excélsior una de sus pequeñas obras maestras:
"Nombres en una lista", respuesta (¿del gobierno, de la Presidencia?) al reclamo por la desaparición de personas en México, práctica no menos argentina que mexicana reiteradamente condenada por Amnistía Internacional.
Para "Pedro Baroja", doña Rosario Ibarra de Piedra tuvo la culpa de perder a su hijo porque ella le inculcaba en la mesa ideas revolucionarias.

¿Que no encuentra a su hijo? Pues cómo quiere encontrarlo si él tomó para sí el camino del misterio impenetrable, al unirse a la guerrilla. Quiere que el gobierno se lo encuentre, pues hay cosas que ningún gobierno puede hacer, porque entre los cenagosos estanques de los guerrilleros no se salvan ni entre ellos mismos.

La nota de "Baroja" comenzaba así:

Un día un adolescente excitado por las conversaciones políticas y las ideas extremistas que en su casa le han inculcado, se siente lleno de energía y asume el compromiso de salvar a la nación. Se siente a sí mismo un Ernesto Guevara o un Yon Sosa, sin ponerse a pensar en los riesgos. Sale de su casa para emprender una vida clandestina: oculto de todos, excepto de los compañeros con quienes comparte el espejismo de su lucha. Toma la vía subterránea y comete el mismo error de aquellos que le quieren tironear los bigotes al tigre.
Mientras tanto, quizá sin darse cuenta de que las ideas inculcadas a su hijo le hacían más daño que provecho, su madre empieza a preocuparse, el hijo amado no viene a casa. Quizá en la negrura de la alcoba la madre se reprocha a sí misma haber llevado a su hijo por el más cercano camino al desfiladero.

"Pedro Baroja" apuntaba que hasta allí se resumía la historia de Jesús Piedra Ibarra, el estudiante de medicina desaparecido el 18 de abril de 1975 en Monterrey, a los 20 años.
"Pedro Baroja" añadía que lo que no era tan conocido como esta historia era

cómo y de qué manera, con ayudas políticas y económicas, la señora Rosario Ibarra de Piedra ha convertido este asunto en una bandera política, y cómo a ella misma ciertas tendencias políticas la han convertido en un símbolo, hasta el extremo de hacerla figurar como candidata a la Presidencia de la República. [...]
Su dolor de madre es del todo respetable, pero su proceder político no es, desde luego, el más indicado. Y si de dolor se habla habría que preguntarse cuánto de este mismo dolor causaron su hijo y los extremistas, que enlutaron hogares y familias con sus actos.

Luego de recordar que doña Rosario fue recibida en 26 ocasiones por la Secretaría de Gobernación, "Pedro Baroja" decidió que "no hay entonces motivo para que le diga a todo el que no quiera oírla que nadie le ha prestado atención a sus quejas, solicitudes y demandas".
"Pedro Baroja" estipulaba, pues, que "es un hecho que de las 38 personas que la señora Ibarra reclama, además de su hijo, algunas están tan libres como ella, otras están sujetas a proceso penal o recluidas en alguna cárcel 'después de un juicio legal' y algunas más sencillamente no existen. Y no existen no porque el gobierno así lo haya decretado; pero si alguien presenta sólo un nombre y ninguna referencia que aluda a la persona, si es un ente aislado que no tiene domicilio, familia, parientes, amigos ni conocidos, como es el caso de algunos de los que la señora alega desaparecidos, pues sencillamente ése no es un desaparecido. Es simplemente un nombre en una lista".
"Pedro Baroja" remataba con su estribillo característico, "así las cosas", una manía estilística, y decretaba:

Y así las cosas, la señora Ibarra de Piedra quizá haya resuelto su problema interior, tan bien expuesto de manera quizá inconsciente por ella misma: que dentro de 300 años la recuerden más que La madre, de Gorki. Quizá así pueda ella misma perdonarse el daño que causó a su hijo cuando le incubó los gérmenes del terrorismo, la ilegalidad y la violencia. Quizá.

La máscara sobre la mascara

Aparte de la pieza del 17 de diciembre de 1985, donde "Pedro Baroja" enlistaba las máscaras que le han atribuido —en un repertorio de antifaces tan rico como el de la comedia del arte veneciana— y que se van enumerando según los nombres de Gutiérrez Canet, Campeán, Alonso, Cardona y Mora, la hemeroteca guarda otra columna del enigmático editorialista que eleva su juego de identidades a la perfección pirandelliana en varios planos.
"Fracasados: un año hacia arriba", del 13 de diciembre de 1983 —naturalmente en Excélsior el diario donde se celebra la colusión entre la prensa y Comunicación Social de la Presidencia y la entrevista "presidencial" como taquimecanografía— es la cabeza de uno de los textos más peculiares, estilísticamente hablando, de "Pedro Baroja".
Con esas líneas teje un entramado pirandelliano en el sentido en que Luigi Pirandello plantea en su teatro (Seis personajes en busca de autor) o sus novelas (El difunto Metías Pascal; Uno, ninguno y cienmil) el problema de la identidad, el drama de las diversas personalidades que pueden yuxtaponerse en una sola persona.
El escritor siciliano recrea el teatro dentro del teatro, descubre el rostro sobre la máscara, o la máscara detrás de la máscara (en griego persona quiere decir máscara), pero sobre todo Pirandello es el dramaturgo de la impostura; del no saber quién soy, del soy o me parezco, del cómo aparezco ante los demás, del ser y del parecer. Uno de sus temas más fascinantes es el de la sustitución de personas.
Un imaginario escritor fantasma, creado y desdoblado a su vez por "Pedro Baroja", hace así su aparición:

El escritor de panfletos apachurró la colilla en el muy poblado cenicero, tiró de las hojas en el carro de la máquina de escribir, blasfemó y se puso violentamente de pie. Se paró junto a la ventana y miró las luces de la tarde sobre la ciudad que fluía allá abajo.
—Esto no es posible. Yo voy a devolver el anticipo, pensó para sus adentros mientras evocaba la tarde del contrato días antes.
—Pase, pase por favor, señor escritor. Aquí mis compañeros y yo hemos querido tener con usted una conversación porque, como sabe, es necesario que una pluma inteligente como la suya exponga a la nación el grave momento por el que atravesamos.

No escribe mal este "Pedro Baroja". Es una pena que no firme con su nombre de pila, sobre todo cuando le prende la vena narrativa.
Cuenta la pequeña anécdota de un periodista a sueldo a quien alguien le da dinero para que escriba una falsa relación de los hechos nacionales más recientes, eligiendo de preferencia los negativos. Es decir, se trata de una especie de "Pedro Baroja" pero al revés, de signo contrario.
Ese redactor anónimo no pinta las cosas mexicanas color de rosa sino negras.
La escena de apertura evoca la época de Díaz Ordaz y Luis Echeverría (ex presidentes de México), cuando en las oficinas de gobierno se confeccionaban libros o libelos anónimos, actividad que Mario Guerra Leal atribuyó a Mario Moya Palencia (un secretario de Gobernación con manías estilísticas) en La grilla.
Fueron los años de El Móndrigo y de Danny, el sobrino del tío Sam.
Y recordó también que ante los tímidos intentos de intervenir, el patrocinador levantaba un dedo y una ceja y le decía que nada, que la patria es primero, pero que por favor escribiera todo, con lujo de detalles, que mencionara sin omitir cosa alguna cómo este año que acaba de cumplirse nos ha sumido en la etapa más negra de nuestra vida, que hablara de los miles de abusos, de los millones de muertos cada día, de las pésimas condiciones de salud de todo mundo, de todo lo negro y podrido que pudiera, y que si no era tanto que lo dijera de todos modos, que no estaría mintiendo, sino apenas anticipándose, lo cual no dejaba de ser un mérito periodístico; y que aquí tenía un anticipo, una cosa simbólica, claro, que a la entrega y satisfacción del trabajo los billetes lo cubrirían como un manto celestial, que no tuviera preocupación.

La estrategia desinformativa —o la operación de desinformación, como dicen en los servicios de inteligencia militar— consistía en demostrar que los periodistas catastrofistas todo lo inventan y que las tragedias suceden en otros países, en el extranjero remoto e incomparable, y no en México.
Continuaba Baroja:

Y así, tras haberse bebido la mitad del anticipo, no ya en un bar sino en compañía de una rubia que acumuló más fichas que un dominó, el escritor procedió a descansar antes de acometer la empresa.
Al día siguiente, con cierta pesadez en la cabeza, ardor en los ojos y mordiscos en la conciencia, se fue a una papelería para proveerse de todo lo necesario. Por la calle vio que todo transcurría con la misma facilidad de siempre. Era igual que el paisaje de esa tarde en que cavilaba mirando por la ventana. Autobuses, aviones, peatones, repartidores en bicicleta; niños que venían de la escuela, señoras que regresaban del mercado con henchidas canastas, todo lo normal.
Los noticiarios hablaban de matanzas, pero en Líbano; intervenciones extranjeras, pero en Granada; motines en Brasil, golpes de Estado en Bolivia, pero aquí, nada fuera de la normalidad, como no fuera el trabajo excesivo.
Fue quizá ese el momento en el que el proyecto de catástrofe comenzó a resquebrajarse. Por más esfuerzos que hacía no podía evitar la vista de lo evidente: la gente seguía trabajando, llevaba un año hacia arriba, subiendo la cuesta, pero no se había desalentado ni tampoco despeñado por accidente, cuesta abajo. ¿Cómo decir lo contrario? Nadie lo iba a creer y el ansiado proyecto quedaría en una fábula con un final sin lobo. Y él, como un idiota.
Dio media vuelta y se dirigió a la máquina. Escribió una renuncia y se le envió a su generoso patrocinador. P.O. 3018, Fort Lauderdale, Florida, puso al final. Cerró el sobre y bajó a tirarlo en el buzón. Se sintió mejor, quién sabe si por haber rechazado el trabajo o por haber olvidado involuntariamente devolver el anticipo.
Después se metió al cine.

Como se ve, la historia se desenvuelve en tres planos:

1. El verdadero autor que se esconde tras el seudónimo.
2. "Pedro Baroja".
3. El escritor fantasma, periodista mercenario, que "Pedro Baroja" inventa.

Anonimato y seudonimato

La confección de artículos, libros, panfletos, libelos anónimos y seudónimos con fines de propaganda política—operaciones de desinformación o de intoxicación se les denomina en la jerga de espionaje— suelen ser trabajo de muy especializadas plumas —o teclas— mercenarias: todo un “operativo intelectual” que atribuye al libro —en un país donde se lee muy poco— un poder de penetración en las masas.
No ha sido el modo más civilizado de hacer política en México. El estilo tiene mucho de infame y algo de ingenuo, pero de ninguna manera puede tomarse con el espíritu deportivo que añora "Baroja".
A mediados y a lo largo de los años 60, y también en los 70, por lo menos hasta el ocaso del sexenio echeverrista (1970-1976), aparecían por ahí en las librerías —o le llegaban al lector por correo— libelos que pretendían dar una versión manipulada de ciertos hechos políticos o acerca de personas a quienes no se podía agredir directamente.
El "clásico" de aquella época, una joya en la historia de la literatura de la infamia, es El Móndrigo, armado en forma de diario, y se encargó, se escribió, se imprimió y se distribuyó con el fin concreto de desacreditar el movimiento estudiantil de 1968, dentro del esquema de una operación de propaganda. Gilberto Guevara Niebla cree que este "libelo espantoso" se redactó en la Secretaría de Gobernación de Luis Echeverría. Luego vino Danny, el sobrino del tío Sam, consagrado a deturpar la personalidad política e intelectual de Daniel Cosío Villegas, a quien el presidente Echeverría no podía ver ni en pintura.
El libelo, amarillo, llegó por mano de cartero a la casa de muchos periodistas e intelectuales o funcionarios. Pretendía desacreditar a DCV acusándolo de desleal a México y luego, a partir de las primeras 60 páginas, el texto se perdía en una disquisición errátil sobre Ricardo Flores Magón que no venía al caso y que más bien daba la impresión de que se trataba de darle cuerpo al folleto para que rebasara las 100 páginas con un material que, en el taller de mamotretos, alguien estaba trabajando sobre Flores Magón.
En sus Memorias Cosío Villegas cuenta que una vez, de la Presidencia, le enviaron, en compañía de Fausto Zapata, a un periodista extranjero para que lo entrevistara. Cuando el corresponsal y DCV quedaron solos y Fausto Zapata en la otra sala, el enviado extranjero extrajo de su saco el librillo y preguntó:
—A government's job? (.Un trabajito del gobierno?)
—Sí —contestó Cosío Villegas.
Años más tarde apareció de la nada otro libelo: Jueves de Corpus violento, cuyo principal objetivo propagandístico era demostrar que el ejército no había tenido nada que ver con la matanza del 10 de junio de 1971. Los autores de la masacre, según el libelo, eran "los del Grupo Monterrey".
Surgió uno más y otro y otro. Las bibliotecas no los registran, pero entre ellos también se recuerda el dedicado a Lucio Cabañas, cuyo colofón —donde se ponen los datos de la imprenta al final— estaba tachado con una mancha de tinta.
Lo del seudónimo no es un invento por supuesto de "Pedro Baroja". Tiene una antigua tradición literaria, desde Angel del Campo "Micrós" hasta el celebérrimo caso de Enrique Ruiz García que ha sido sucesivamente Hernando Pacheco y Juan María Alponte. Es memorable el caso del poeta portugués Fernando Pessoa que se disparaba en varias personalidades reconocibles en los seudónimos de Alberto Caeiro, Alvaro de Campos y Ricardo Reis. Los mismos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares han jugado con el nombre de H. Bustos Domecq, siendo Bustos el apellido materno del abuelo materno de Borges.
Por su parte, hacia 1861, Mark Twain (cuyo verdadero nombre era por lo demás Samuel Clemens) publicó una serie de artículos en el New Orleans Daily Crescent bajo el seudónimo de Quintus Curtius Snodgrass.
Pero el caso más famoso de seudonimato político ha sido el de las famosas "Cartas de Junius".
Los artículos o cartas de un enigmático "Junius" fueron publicadas por primera vez en The Public Advertiser de Londres, el 21 de noviembre de 1768 en Londres, y luego en sucesión no interrumpida desde el 21 de enero de 1769 hasta el 12 de mayo de 1772.
El misterio trascendió los siglos XVIII, XIX y parte del XX, y así lo fue registrando la Enciclopedia Británica, pero en 1962 un lingüista sueco, Alvar Ellegard, inventó un método de estiloestadística —con la ayuda de la computadora— y determinó que Junius había sido Sir Philip Francis, un altísimo funcionario de su Majestad:
A statistical method for determining authorship (método estadístico para determinar la paternidad de un texto): The Junius Letters, 1769-1772 (Acta Universitatis Gothoburgensis; Gothenburg Studies in English, No. 13), de Alvar Ellegard, 115 páginas, Götenborg, Suecia, 1962.
Al aparecer el libro, el profesor Douglas Chretien, de la Universidad de California (Berkeley) escribió en la revista Language que en realidad más que investigar a Junius el trabajo de Ellegard se proponía poner a prueba un método de estilo-estadística y que las cartas de Junius sólo eran un pretexto para cotejar el texto comparativo, con los escritos de Sir Philip Francis.
A propósito de esta suerte de policía literaria, George Orwell dijo en 1945 que ése era precisamente el tipo de trabajo que a él le hubiera gustado hacer, siempre y cuando se aplicara a una buena causa: "Es sabido que la Gestapo tiene equipos de críticos literarios cuya misión es determinar, por medio del análisis y las comparaciones estilísticas, la paternidad de los panfletos anónimos".
La clave del método estiloestadísitico es contar con un texto que se pueda comparar con los escritos del autor investigado. Se tiene que tener un candidato, conseguir sus artículos, encontrarle sus manías estilísticas y establecer las similitudes: el tamaño de los párrafos (de tantas líneas, tantos por artículo), la respiración de su frase, el uso de determinadas conjunciones, la inclinación por ciertos estribillos y la afición por determinados signos de puntuación. De hecho, el lingüista sueco logró fehacientemente constatar que Sir Philip Francis y Junius eran una y la misma persona (`one and the same person') gracias a la eficacia de sus pruebas psicoestadísticas. Ellegard sostiene que es posible discernir las peculiaridades lingüísticas de una obra y correlacionarse con individuos concretos, es decir, como si fueran huellas para propósitos de identificación.
Según él, en un texto se van dejando "huellas digitales lingüísticas" muy inconscientes y muy características del autor que se agazapa en un seudónimo: aunque no quiera, en el texto queda su impronta.
Funcionario del Foreing Service, jefe de la War Office, miembro del Consejo de Bengala y del Parlamento entre 1783 y 1797, armado caballero en 1785, Sir Philip Francis resultó ser el mordaz cuico atrincherado tras el seudónimo de Junius con el que denostaba al rey y a los políticos de su corte.
La prueba de la paternidad de un texto depende de la relativa frecuencia del uso de ciertas palabras clave según se comparen con su relativa frecuencia en el millón de palabras de una lista de control. Las palabras típicas de un autor son las que él usa mucho más a menudo que otros.
Habría que —por ejemplo, en el caso de "Pedro Baroja" —cuantificar y codificar sus palabras compuestas, la extensión de la riqueza de su léxico, su tipo de ritmo, sus patrones estilísticos, su reiteración de determinados argumentos, sus dicterios, sus sentencias, su salto a la segunda persona, su planteamiento de premisas a partir de un "si" condicional, sus lugares comunes, sus referencias a ciertos autores, sus explicaciones innecesarias, su estilo asociativo, su manera de encajar situaciones y de eslabonarlas unas con otras, sus omisiones relevantes, sospechosas, sus focos de atención más obvios, su distribución de los temas, sus pautas recurrentes, sus categorías temáticas, su uso de los puntos suspensivos y de los guiones o los paréntesis, su afinación del tono general del asunto dominante.
Los hábitos lingüísticos inconscientes, las muletillas, los remates con o sin latiguillo al final, pueden abonar la hipótesis de que el estilo es el hombre. Y, así, se cuenta ya con una técnica para descodificar las huellas verbales escritas de cualquier persona, los probables devaneos de su estilo, su voz narrativa, sus proyecciones personales.
En "un país con mayor espíritu deportivo", como dice "Pedro Baroja" en su audaz reflexión del 17 de diciembre de 1985, muy bien se podría hacer un juego comparativo y estiloestadístico entre los artículos de "Pedro Baroja" publicados en Excélsior y los artículos que Rafael Cardona dio a conocer en unomásuno, durante más de dos años hasta junio de 1981, bajo el título de "Ciudad y gobierno".
Hay una similitud sorprendente entre los textos de "Pedro Baroja" en Excélsior y los de Rafael Cardona en unomásuno.
Se pueden comparar, pues, dos grupos de artículos y trabajar la hipótesis, estiloestadísticamente, de que "Baroja" es Rafael Cardona.
Casi nunca usan los guiones ni los paréntesis para las frases subordinadas y tampoco es frecuente que las separen con comas.
Los dos tienen la tendencia a brincar de pronto a la segunda persona. "Usted seguramente recuerda...", "Imagínese usted", "Usted recordará", pero el estribillo que más los identifica es el de "Así las cosas".
"Y así las cosas, la señora Ibarra de Piedra", escribe "Pedro Baroja".
"Así las cosas, tiene usted ya los trozos de este rompecabezas", escribe Rafael Cardona.
Hay otras expresiones comunes a los dos: Si en otros tiempos. Por lo pronto. Si alguien quiere darse cuenta. La verdad es que sobre este tema. De un tiempo a esta fecha. Pero de lo que se trata aquí. Puestas así las cosas. Es muy probable. Imagínese usted. Pero sabido es que. Lo que sucede en verdad es que. Todos sabemos. En lo personal yo. Lo notable de este caso. Si alguien quiere. Etcétera.
Sus artículos fluctúan entre nueve y doce párrafos que a veces son de una sola línea. Ambos tienden a escribir en futuro, a utilizar mucho el si condicional y a dirigirse al lector en segunda persona del verbo o en una neutra impersonal.
Así las cosas, imagínese usted la divertida que se va a dar si aplica el método estilo-estadístico de Alvar Ellegard a los artículos de "Pedro Baroja" comparándolos con los de Rafael Cardona, director de Información de la Presidencia de la República en 1988. Imagínese usted.

El misterio de pedro baroja

El escritor fantasma "falleció el sábado 10 de los corrientes en Vigo, España, donde recibió cristiana sepultura", según la esquela publicada por el propio Excélsior en la página 34-A el miércoles 14 de diciembre de 1988.
La necrológica nota apareció justamente un día después del martes 13 de diciembre de 1988, fecha en que ya no compareció en las páginas editoriales de Excélsior el enigmático "Pedro Baroja", quien era para muchos trabajadores de la prensa —como Miguel Ángel Granados Chapa y Margarita Michelea— nada menos que Rafael Cardona, el Director de Información de la Dirección General de Comunicación Social de la Presidencia de la República durante la gestión delamadridista.
El sentido del humor del columnista concluyó, pues, en una tumba de Vigo, Galicia, donde ha de seguirse muriendo de la risa por haberle tomado el pelo a los mexicanos, y no de San Sebastián, Guipúzcoa, donde es más común el apellido Baroja y donde nació el famoso novelista Pío Baroja (1872-1956).
Lo curioso del caso es que en las oficinas del Registro Civil de Vigo no se registró ninguna acta de defunción correspondiente a ese nombre. Un vocero de la alcaldía de Vigo, interrogado telefónicamente, dijo que "no hay ningún Baroja en Vigo registrado en la guía telefónica, pero pregunte usted en El Faro de Vigo, allí publican todos los obituarios".
Pues nada: que tampoco en el diario supieron de ningún Baroja muerto el "10 de los corrientes" ni en las últimas semanas. A la mejor el entierro también se hizo, siguiendo el estilo del occiso, de manera subrepticia (pero ese ya sería un problema de la Guardia Civil).
Ni la funeraria "La Fe", de Vigo, ni en la "Fábregas", la Gayosso de la localidad, se veló a un difunto de tan literario apellido.
Sea como fuere o haya sido, el juego de "Pedro Baroja" puede continuarse por quien quiera divertirse y todavía tenga dudas acerca de si "Pedro Baroja" era o no Rafael Cardona. Pero aparte de dudas debe también tener una computadora.
Basta que marque el teléfono (617) 861-9764 en Estados Unidos, y se conecte con el banco de datos y programas de la revista Byte que le transmitirá los programas del profesor Jim Tankard, compuestos especialmente para determinar la paternidad de un texto anónimo o seudónimo.

Pedro baroja soy yo

En su último artículo, publicado en Excélsior el martes 6 de diciembre, "Pedro Baroja" seguía dando de cachiporrazos verbales a la oposición, esta vez en defensa de la legitimidad de Carlos Salinas de Gortari.

La toma de la calle, el grito, el insulto, el plantón y todos los recursos de la política de barricada, no podrán sustituir a la verdadera política...
El sabotaje y la obstaculización son instancias en el arte de la guerra pero también son actitudes preparatorias para asuntos de mayor envergadura y aquí es donde comienzan las dudas de si tienen temas de mayor dimensión que plantear quienes hoy juegan a la conformación de gabinetes, de ministros de la sombra y el olvido, de Presidentes de la República de sus sueños.
Mas ante la realidad no hay imaginería que valga y mal harán quienes hoy desdeñan la oferta presidencial o la confunden al no poner los pies en el suelo para algo más que patalear.

En su antepenúltimo artículo, el martes 22 de noviembre de 1988, la seudónima pluma confesó su vocación pirandelliana y reconoció, en un desdoblamiento conmovedor, que en efecto se escondía detrás de un seudónimo:

Por lo pronto, lo que también sé, es que Pedro Baroja soy yo.

El artículo se intitulaba "Escritores, nombres y sobrenombres" y allí "Pedro Baroja" ofrecía una ambigua despedida o una aparente promesa, a juzgar por los primeros párrafos, de finalmente quitarse la máscara. Pero no fue así. No pocos testimonios orales y escritos se fueron acumulando durante el gris sexenio de Miguel de la Madrid para dar por un hecho que "Pedro Baroja" no era otro que Rafael Cardona, el jefe de información de nada menos que la Presidencia de la República en Los Pinos.
Ni la dirección General de Comunicación Social de la Presidencia ni el diario Excélsior desmintieron a Margarita Michelana cuando la editorialista escribió el 13 de diciembre de 1984: "El señor Rafael Cardona, que firma en estás páginas con el seudónimo de Pedro Baroja y escribe por encargo del gobierno, opina en su optimista artículo...". Tampoco descalificaron la aseveración de Adrián Lajous en el mismo periódico que el misterioso "Pedro Baroja" era Manuel Alonso, el vocero presidencial. Miguel Ángel Granados Chapa aseguró también por su cuenta, en La Jornada del 30 de diciembre de 1984, que Baroja era Cardona y nunca fue desmentido.
En su antepenúltimo artículo "Pedro Baroja" no disimulaba su cultura literaria sobre el seudonimato. Hablaba de Stendhal (Henry Beyle, su nombre real), Pierre Loti (Louis Marie Julien Viaud), Azorín (José Martínez Ruiz), Pablo Neruda (Neftalí Reyes), Gabriela Mistral (Lucila Godoy), el Nigromante (Ignacio Ramírez), Yukio Mishima (Kimitake Hiraoka). Y se comparaba también con el Periquillo Sarniento (Joaquín Fernández de Lizardi), Fortún (Francisco Zarco), Ric y Rac (Carlos Denegri), etcétera.
Afirmaba, para justificarse, que muchos escritores han usado seudónimo. Olvidaba, en cambio, que ninguno de ellos (con la excepción de Carlos Denegri) se parapetó detrás de un nombre falso para defender al gobernante en turno, antes al contrario.
Sea "Pedro Baroja" o no lo sea Rafael Cardona, el caso pasó a la historia como un curioso ejemplo —no desprovisto de sentido del humor— de cómo en México la prensa se relaciona con el poder gubernamental o viceversa.
Ciertamente desde 1962 se sabe de un método estilo-estadístico para determinar la paternidad de un texto anónimo o firmado con seudónimo, cuya patente pertenece al lingüista sueco Alvar Ellagard, pero el método ha seguido desarrollándose por los servicios secretos o de seguridad nacional más importantes del mundo, como la KGB (en su gran momento), la CIA, el MI5 británico, y el Servicio Secreto de Documentación y Contraespionaje francés, valiéndose de computadoras, al investigar la confección de textos anónimos, difamatorios, delictivos.
Este método podría aplicarse, por ejemplo, para establecer científicamente quién redactó el desplegado contra Cuauhtémoc Cárdenas (publicación que sólo hubo de beneficiar el nuevo gobierno), en The Wall Street Journal y The New York Times del 7 y el 15 de octubre de 1988. Pero se necesitaría un texto comparativo.

El detective literario

Sin embargo el método más eficaz e interesante hasta ahora sigue siendo el del profesor de la Universidad de Texas, en Austin, Jim Tankard, quien en el número 2, volumen II de la revista Byte de febrero de 1986, dio a conocer un programa infalible.
En su artículo The Literary Detective, el profesor de periodismo de la Universidad de Texas —cuya dirección es 3003 Cherry Lane, Austin, TX 78703— explica cómo con una computadora personal uno puede identificar a un autor anónimo o seudónimo. Ya ha elaborado cuatro programas BASIC con ese fin y para una computadora Apple: TEXT GOBBLER 1, FREQUENCY ANALYZER 1, TEXT GOBBLER 2, y FREQUENCY ANALYZER 2.
El profesional o el aficionado a la computadora podrá divertirse si encarga los diskets, en fuente codificada, a BYTEnet Listings, o bien si se conecta marcando el teléfono (617) 861-9764, larga distancia, en Estados Unidos. La revista no dice si se transmiten gratis o si se venden. Se identifican como GOBB LER ONE y ANALYZER TWO. Así se piden. El interesado debe tener una computadora Apple Ile, y una impresora Apple de matriz de puntos.
Se trata de un verdadero manjar para el adicto a la computadora, porque los cientos de columnas de "Pedro Baroja" publicadas en Excélsior en los últimos cinco años del gobierno de Miguel de la Madrid también pueden cotejarse, para mayor abundamiento, con los 77 artículos incluidos en Por nosotros y por la ciudad, el libro de Rafael Cardona que en 1980 publicó la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Comments: Post a Comment



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?