Friday, February 11, 2011

 

El caso Palavicini

Estamos ante el posible
derrumbe de un país que ha
dejado de creer en sí mismo
y admira enfermizamente
a un vecino poderoso o
a un continente lejano.

—Juventino Castro, exministro
de la Suprema Corte de Justicia





En estas cosas del petróleo la historia no estorba. Porque la historia sabe. Si hace unas semanas en esta hora del lobo (“Nuestro hombre en Querétaro”) nos permitimos escribir sobre el interesante caso de Félix Fulgencio Palavicini —fundador del periódico El Universal, según presumen los dueños de El Universal— fue porque su caso nos pareció paradigmático del típico mexicano embelesado con las empresas extranjeras. O con el extranjero, a secas. Aparte de la fascinación que todo extranjero promueve en el alma del mexicano (los extranjeros siempre son mejores que nosotros) se alienta el desmantelamiento de instituciones como el Instituto Mexicano del Petróleo y se olvida, o no se sabe, que no pocos de los ingenieros petroleros de Brasil, expertos en la extracción de petróleo en aguas profundas, se formaron en la UNAM.
Félix Fulgencio Palavicini trabajaba como espía para la compañía petrolera inglesa El Águila durante el congreso constituyente de Querétaro en 1917 y logró sabotear una primera versión del artículo 27. Estos agentes, voluntarios o involuntarios, conscientes o inconscientes, siempre han estado en el escenario político mexicano, en el que los actores provienen del campo político o del ámbito empresarial y no es fácil saber si son más leales a su país que a sus empresas tansnacionales.
En el estudio de Eduardo Clavé sobre Palavicini, titulado “Nuestro hombre en Querétaro” y aún inédito, se reproducen documentos de la compañía El Águila que respaldan los asertos del historiador: informes de Palavicini a Rodolfo Montes (directivo de la petrolera inglesa), desde Querétaro; telegramas en clave intercambiados por ejecutivos de El Águila entre México y nueva York; memorandum del ejecutivo J. B. Body informando sobre las intenciones del presidente Carranza en 1916; telegrama de Palavicini a Manuel Andrade, de la redacción de El Universal, donde reconoce como difícil “obtener supresión inciso D” de la iniciativa sobre el artículo 27; telegrama donde el gerente de El Águila, T. J. Ryder, asienta que Palavicini trabaja activamente contra los dos proyectos de ley, los artículos 27 y 73.
En los debates recientes sobre la reforma petrolera organizados por el Senado de la República, buena parte de los defensores de los aspectos técnicos de la propuesta presidencial han estado o siguen estando vinculados laboralmente a empresas transnacionales petroleras o a las llamadas “consultorías”, como la McKinsey que una vez dividió a Pemex en varias compañías y ahora está contratada para hacerla una. Un ponente como Francisco Barnés, exrector de la UNAM, fue asesor de Dupont, empresa que se dedica a productos derivados de la petroquímica, y se definió a favor de abrir el negocio de la refinación a la competencia. En 2005 Dupont firmó contratos con Pemex Refinación por más de 2 mil millones de pesos.
Otros de los participantes en los trece foros del Senado responden a los nombres de Ernesto Marcos Giacoman, miembro del Consejo de Administración de Repsol (española); Gustavo Bonilla Pérez, asesor y consultor de Schlumberger; Gerardo Gil Valdivia, que tiene que ver con empresas de Repsol en Argentina; Ernesto Oviedo Pérez, dueño de una compañía mexicana vinculada a Schlumberger. Y así muchos otros “especialistas” mexicanos se apersonaron en la discusión sin ocultar, antes al contrario, que trabajan o han trabajado para empresas nacionales y extranjeras interesadas en el mejor negocio del mundo.
El caso de la consultoría McKinsey debería merecer la atención especial de un reportaje. Es una de esas empresas, muy famosas y poderosas en todo el mundo, que arma y desarma empresas o “reestructura”, según se dice en su medio. Con Pemex ha firmado por lo menos quince contratos de asesoría desde 2001.
Y es que no es la única empresa contratada por Pemex para cosas que se podrían hacer en México por mexicanos y empresas mexicanas. En los últimos siete años, según una nota de Reforma del 9 de abril de 2007, Pemex gastó casi dos millones de dólares al mes en “asesorías”. La paraestatal desembolsó mil 722 millones de pesos en consultorías externas a pesar de las pérdidas que iba teniendo. Esas asesorías fueron en materia financiera, legal, tecnológica, “estrategias de comunicación” o “ingeniería de imagen”, según llaman pomposamente a sus servicios numerosas empresas que tratan de apantallar —o sobornar— a los funcionarios mexicanos.
Lo inversosímil es que muchos de estos servicios “estratégicos” los pueden hacer empresas u organismos como la secretaría de Energía o el Instituto Mexicano del Petróleo que producía, cuando lo dejaban, formar estupendos técnicos y funcionarios petroleros.
Diez despachos y empresas acapararon el 65 por ciento de los mil 722 millones de pesos gastados. Y entre ellas destacan, por supuesto, la famosa McKinsey, la SAP de México, y la Cleary Gottlieb & Hamilton.
En 2001 Pemex contrató a McKinsey y al despacho jurídico Curtis, Mallet-Prevost, Colt & Mosle, para “implementar la reestructura de su corporativo” por unos 5 millones de pesos. También pagó 720 mil dólares para que Goldman Sachs y Cera le definieran la “estrategia a seguir en materia de gas natural”.
A todo le llaman “estrategia”. Es una palabra que les sirve para todo. En la práctica ya un buen porcentaje de Pemex está en manos extranjeras.

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