Wednesday, September 06, 2006

 

Un periódico imaginario

En términos generales El Tijuanense es un periódico bien escrito, sobre todo en la primera plana, que tiene una gran tradición y arraigo entre los lectores mexicanos. Podría decirse que es muy conservador en su estilo gráfico y en su escritura, en sus titulares y en su tono. Estas características obedecen al imperativo profesional de dar continuidad a la imagen que se ha forjado a lo largo de los años y que constituye su identidad. Sin embargo, en aras de un espíritu de renovación y del deseo de mejorarlo, podrían hacerse algunas reflexiones críticas concernientes a su estilo, su diseño gráfico, su tipografía, sus criterios para seleccionar y editar la información, su creatividad para imaginar reportajes e investigaciones.
Esta predisposición a la autocrítica interna no ha sido extraña en los últimos tiempos a muchos de los mejores periódicos del mundo. En Inglaterra The Independent,The Guardian, The Times, estudian su identidad gráfica y la van renovando para distinguirse unos de otros y competir en los puestos de la calle. En Italia, el Corriere della Sera, de Milán, La Stampa, de Turín, La Repùbblica, de Roma, se distinguen también a golpe de vista por su formato; unos son más compactos que otros (en cuanto a la concentración de las noticias), otros más abiertos (con más blancos entre sus columnas y fotografías), y al menos uno de ellos, La Repùbblica, ha optado desde su fundación por el formato tabloide.
Por los cambios que van incorporando se infiere que sus editores se preocupan por actualizarse y estar a tono con una época en la que la proliferación de los medios electrónicos, la globalización de los sistemas de comunicación apoyados por satélite, la red de Internet, la profusión del periodismo oral que se ejerce en la radio y la televisión, van imponiendo nuevas pautas en las formas de presentar la información y que inciden en el periodismo escrito o impreso. El País, por ejemplo, al menos en sus suplementos, se ha vuelto más “iconográfico” que antes: abunda más en fotos pequeñas que en textos largos. Y en Portugal, el diario de información general más vendido del país, el Jornal de Noticias, de Oporto, cambió el 19 de enero de 1998 su formato sábana por el de tabloide. Alteró su cabecera, modificó totalmente su diseño gráfico y redujo su precio. El director de ese matutino asegura que no cree en “fórmulas mágicas”, pero explica que esta nueva y ambiciosa apuesta del periódico pretende modernizar el rotativo y aumentar notablemente su circulación. The New York Times, como es sabido, hace sólo un par de meses que venció su resistencia al cambio y aceptó la inclusión de fotografías en color en su primera página.
La personalidad gráfica de El Tijuanense está dada por su presentación. Es la que lo distingue en los kioscos de la calle. Su tamaño grande tradicional (formato “sábana”, como le dicen en España) no necesariamente es anticuado puesto que de esa dimensión siguen imprimiéndose la mayoría de los grandes diarios del mundo, como The Times, de Londres, el Corriere della Sera, La Stampa, The Independent, Le Figaro, The Manchester Guardian, Los Angeles Times, The New York Times, The Washington Post, O Estado de S. Paulo, y en México, El Universal, Reforma. Sin embargo, si algunos periódicos, como el de Oporto, Portugal, han decidido rehacerse en tabloide es porque este formato ahorra papel y su lectura es más práctica para los lectores que no tienen que andar buscando las numerosas secciones de los periódicos grandes.
En el caso de El Tijuanense es probable que la profusión de fotografías en la primera plana —seis o siete— no obre en favor de la claridad. El ojo del lector se dispersa porque las fotos compiten entre sí. The Times, de Londres, prefiere una sola foto grande en portada y cuando muchos dos pequeñas que ilustren las otras dos o tres notas de primera plana. Más o menos con ese criterio proceden The Guardian y The Independent (y Reforma en México): sólo tres o cuatro noticias importantes componen el menú principal del día.
La diferencia más notable que se percibe entre El Tijuanense y los grandes diarios citados es su apretada concentración de noticias y fotos en la primera plana. Mientras los otros diarios espacian más sus informaciones, tanto en el entrelineado y las cabezas —tienen más aire—, El Tijuanense se preocupa por dar el mayor número de notas posibles aunque aparezcan demasiado apretadas... hasta siete o ocho, aparte de las columnas de colaboradores invitados.
Ciertamente esta oferta cumple con el imperativo comercial de dar más por el mismo precio que cuestan los otros diarios, pero en términos de legibilidad a veces se dispersa la atención en las dos o tres noticias más importantes del día.
La otra gran diferencia entre El Tijuanense y los demás diarios de formato grande tradicional es su tipografía. Llama mucho la atención que prácticamente ningún periódico del mundo levanta su texto en tipos de la misma familia del Univers, como serían el Helvética o el Futura: caracteres sin patines. Por algo será. El consenso entre los profesionales del diseño gráfico es que este tipo de tipos —confeccionados en el siglo XX a partir de la gran exposición de la Bauhaus en Weimer en 1923 que acogió la escuela de arquitectura, diseño e industria fundada por Walter Gropius— no es para cuerpo de texto largo.
En 1957 se encargó un tipo sin patines al diseñador suizo Adrian Frutiger, quien al presentarlo lo llamó Univers.
El tipo Univers es ideal para señalamientos (letreros), pero no suele utilizarse en el cuerpo del texto ni en libros, ni en revistas ni en periódicos.
Cuando se utiliza en textos de más de veinte líneas y en diez o doce puntos, sobre interlineado de igual número, el lector se confunde de una línea a otra y tiene que seguirlas con el dedo. Su uso es válido, sin embargo, en párrafos muy grandes y en puntajes de 14 para arriba, como los que se emplean en los titulares o en gráficas para resaltar la lectura.
Los tipos de letras sin patines se empezaron a utilizar a partir de los años 30 de manera desmedida; estaban de moda en la Alemania nazi (tan dada a la sastrería fina y a los logotipos), expresaban el espíritu y la estética de una época (diseñadores y anunciantes buscaban un cambio para que su trabajo no se pareciera al de otros), pero pronto disminuyó su uso excesivo y se preservó sobre todo para anuncios, carteles y especialmente para señalizaciones hechas con letras grandes: nombres de tiendas y calles, señalamientos en las carreteras, nunca para periódicos o libros y revistas.
Las letras sin patines de esta tendencia “conductivista” fueron concebidas, pues, para el diseño de textos breves, carteles, invitaciones, boletos, cheques, letreros, menús, recuadros, anuncios, no para libros ni para periódicos y revistas. Es casi imposible al cien por ciento encontrar en una biblioteca o en una librería un solo libro editado por profesionales de la tipografía formateado en letras sin patines: en Helvética, Futura o Univers. Por algo será. Tampoco es fácil, o posible, localizar un solo periódico diseñado por profesionales parado en tipos de esta familia.
Tal vez esta característica tipográfica explique un poco por qué muchos lectores de El Tijuanense experimentan su lectura como “cansada”. El motivo puede ser muy bien inconsciente porque las letras confeccionadas por los viejos maestros tipógrafos del pasado y del siglo XX siempre se han concebido en función de razones ópticas —u oftalmológicas— relacionadas con las capacidades del ojo humano para leer mejor, por ejemplo, el negro sobre el blanco y no sobre otros colores. (El tamaño carta de las revistas también está en función de una medida: el antebrazo humano.) Se supone que el patín tiene la función de enlazar una letra con otra —facilitando su legibilidad— cuando la vista humana, el ojo dirigido desde el cerebro, recorre a gran velocidad las palabras y las frases descifrándolas.
Han sido, pues, ópticas, no matemáticas, las normas que han regido el diseño de las letras.
En su libro Tipography, 1980, Ruari McLean sostiene que las letras sin patín necesitan un espacio entre las líneas, que el ajuste que obliga a ponerlas unas más cerca de otras diminuye su legibilidad más rápido que en el caso en el que se usan letras con patín, y que incluso impresas de la mejor manera posible tienden a verse —por su homogeneidad— más “uniformes” que las letras con patines y requieren más esfuerzo para leerse.
Es como para volverlo a pensar. ¿Realmente este tipo de letra contribuye a la mejor legibilidad de El Tijuanense?
Si aparte de esta trabajosa tipografía tenemos una primera plana demasiado atiborrada, con un número excesivo de fotografías, secundarias y balazos en letra descendentemente más pequeña, el resultado puede seguir siendo que el lector no capte a golpe de vista la propuesta más importante del día que pretende hacer el periódico. De lo que se trata es de hacer cada vez más atractivas la primera y las siguientes páginas interiores, sin abrumar demasiado al lector, atendiendo los ideales de claridad, precisión y concisión: decir lo máximo con el mínimo de recursos gramaticales y gráficos.
Tal vez, por todas estas razones, ha llegado el momento de que El Tijuanense convoque a un concurso por invitación para que cuatro o cinco diseñadores gráficos profesionales presenten una nueva imagen del periódico.
Seguramente alguna encuesta ya ha establecido quiénes son los lectores de El Tijuanense: quiénes lo compran para leerlo o para servirse de sus otros servicios informativos, como los anuncios de empleos y rentas, o avisos personales; si son jóvenes, mujeres, profesionistas, funcionarios, intelectuales, periodistas.
Si atendemos a su legibilidad y a su estilo, si pensamos en quienes lo compran para leerlo, podríamos decir que en términos generales sus editores y redactores cumplen bien con las normas de claridad, concisión, precisión, imparcialidad, objetividad, sobre todo en la primera y las siguientes páginas.
Nada hay que reprochar a los redactores y corresponsales en cuanto a su uso del lenguaje periodístico. Si a algunos les falta chispa u originalidad estilística, lo cierto es que casi todos cumplen con las normas tradicionales de confección de la nota periodística; estructuran su nota siguiendo muy bien el esquema de la pirámide invertida, presentan la información de mayor a menor importancia. Por eso puede decirse que El Tijuanense es un diario correctamente escrito.
Si en un afán de mejorar el estilo los editores desean que sus reporteros y corresponsales escriban todavía mejor, habría que establecer nuevas pautas redaccionales que estimulen la creatividad de los periodistas, en un manual de estilo, por ejemplo. Hasta ahora, como es lógico y correcto, los reporteros y corresponsales se esfuerzan por hacer a un lado su subjetividad y redactar un texto de la manera más impersonal. Pero si se desea que su estilo sea menos opaco y más correcto, que su vocabulario sea más rico y menos propenso a dejarse invadir por los anglicismos que todos los días pone en circulación el periodismo oral de los medios electrónicos, habría que incorporar al equipo a varios redactores más que se ocupen de revisar y reescribir los envíos de los corresponsales hasta que se vaya haciendo una escuela propia.
Los reportajes originales tal vez deberían ser más frecuentes, por lo menos uno cada tercer día, o cada cuatro días, como los estupendos que se han hecho sobre la matanza de Aguas Blancas, los homicidios en serie de Ciudad Juárez y el de la cárcel de mujeres.
Parece un poco absurdo plantearse que los corresponsales y reporteros deberían escribir mejor. Los periodistas no son profesionales de la literatura, como los que empezaron a escribir en los periódicos europeos y norteamericanos del siglo XIX. Es sabido que su formación intelectual es mediana, sobre todo en México, y tal vez no sería justo esperar más de ellos puesto que estas cualidades de estilo suelen ser muy personales, dependen de la personalidad de cada periodista. Pero de todas maneras, si así se desea, podría empezarse una larga y paciente labor de reeducación desde las mesas de redacción y con la ayuda de una manual de normas que definirían el nuevo estilo del periódico.
De las páginas editoriales no hay mayores observaciones que hacer: son de las mejores que se escriben en México. Sus colaboradores son de primera línea: originales, críticos, amenos, solventes desde el punto de vista intelectual.
Lo que sí resulta impostergable es que El Tijuanense elabore su propio manual de redacción y estilo: un código interno que ilustre a reporteros, colaboradores externos, corresponsales y redactores, cuáles son las normas que hay que seguir para uniformar los usos propios del estilo del periódico. Es curioso que —hasta donde sabemos— ningún medio mexicano impreso se haya puesto a realizar en serio un manual, como lo han hecho desde hace muchos años las agencias EFE o France Presse o The New York Times, El País, O Globo, O Estado de S. Paulo, La Nación, de Buenos Aires, y Clarín.
El manual tendría como objetivo y razón de ser unificar los sistemas y las formas expresivas que darían personalidad al propio medio, desde la presentación de los originales, las formas de encabezar y de puntualizar, hasta el establecimiento convencional de ciertas normas referidas al uso de siglas o abreviaturas, nombres y palabras extranjeros, nombres de organismos internacionales, uso de cursivas o negritas y en general de toda la gama tipográfica.
Es cierto que las normas gramaticales son las propias de la lengua española y que hay un código de observancia común, pero la verdad es que hay un zona de ambigüedad en el uso de muchas palabras, sobre todo de procedencia extranjera, y en el empleo de ciertas normas opcionales, como el uso de cursivas o negras, comillas, versales o palabras subrayadas, o en la manera de escribir los números. El español mexicano tiene sus peculiaridades y hay que igualar, mientras sea posible, el idioma escrito con el lenguaje de la tribu.
En fin, el manual (un código interno) tendría por escrito cuáles son los principios profesionales y éticos que rigen al periódico, cuál es el tratamiento que se hace de la información, el manejo de las fuentes, las entrevistas, los reportajes, las fotografías (si se recortan o no, si se invierten o no, si se pueden tomar de otras publicaciones o no), la publicidad, las encuestas, los pases a páginas interiores, las firmas de los artículos, las cartas a la dirección (si se respeta o no su ortografía o sus innecesarios circunloquios), las caricaturas.
Se trataría también de un código sobre los deberes de los periodistas (la norma de no hacerle el vacío a nadie, por ejemplo, la necesidad de tomar en cuenta al menos dos puntos de vista diferentes en asuntos discutibles), los derechos de los lectores, el secreto profesional.
No se trata de que estos lineamientos coarten la creatividad de los periodistas sino de que sirvan como referencias claras, como un mínimo de convenciones para hacer más coherente e interesante el producto.
Un estatuto propio de esta naturaleza, como el código de conducta que se ha dado a sí mismo, por ejemplo, The Washington Post, o como el código de prácticas de la prensa británica (recientemente reelaborado, en cuanto al ejercicio de los fotógrafos de asalto, por ejemplo), ordenaría las relaciones profesionales entre la redacción y la dirección del periódico, privilegiaría el derecho a la información (que es de los lectores, más que de los periodistas) y refrendaría que el pacto de los periodistas es más con los ciudadanos que con los patrones o dueños del periódico o con cualquier grupo de poder, público o privado (o mixto).
Su elaboración podría encargarse a un pequeño equipo de profesionales, entre los que estarían un técnico del lenguaje (un filólogo) y un escritor periodista experto en el lenguaje periodístico.





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