Wednesday, September 06, 2006

 

Periodismo de investigación

Todo periodismo debe ser
investigativo por definición.


—Gabriel García Márquez


Ciertamente el trabajo de los reporteros de The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, coincide para la mayoría de los lectores con lo que se entiende por “periodismo de investigación”. Es una imagen romántica y heroica: dos jóvenes sabuesos de la prensa norteamericana siguen las huellas del escándalo de Watergate y luego de su detectivesca indagación provocan en 1974 la renuncia del presidente Richard Nixon. A partir de entonces entre las nuevas generaciones de estudiantes de periodismo se acrecienta la ilusión por este tipo de “especialidad” periodística que en rigor no tiene por qué ser una rama de la profesión sino el periodismo mismo, bien hecho, de manera responsable y acuciosa.
En un sentido muy estricto hablar de “periodismo de investigación” significa incurrir en un pleonasmo. Se supone que todo periodismo es de investigación. Sin embargo, en la práctica de todos los días o todas las semanas no se tiene el tiempo suficiente para ir a fondo en la investigación de un tema. Por ello se entiende, en sentido laxo, que el periodismo de investigación es aquel que comporta la minuciosa y por lo general dilatada revisión de un archivo, el análisis de documentos, el seguimiento y cotejo de ciertos datos, y al final un trabajo de redacción en el que el periodista sabe jerarquizar y organizar por escrito su material dentro de un contexto justo y significativo. Por eso el periodista investigador más que a un detective se parece a un historiador.
La organización estadunidense IRE (Investigative Reporters and Editors), fundada en 1975, que tiene su sede en la Universidad de Missouri y que agrupa a más de 3000 periodistas, ha llegado a la siguiente definición:
El periodismo de investigación “es el reportaje, conseguido mediante el trabajo de un reportero y por su propia iniciativa, de asuntos de importancia que algunas personas u organizaciones desean mantener en secreto. Los tres elementos fundamentales son: que la investigación sea el trabajo de un reportero, no un informe o una investigación elaborados por otra persona; que el tema del reportaje sea de suficiente importancia e interés para el lector o el espectador; y el hecho de que otros tengan la intención de ocultar al público la información que se busca”. Así, los famosos Papeles del Pentágono, que sobre la guerra de Vietnam y contra la voluntad del gobierno dio a conocer The New York Times, no serían periodismo de investigación porque fueron deslizados a la prensa y no eran producto del trabajo de un reportero.
Al menos tres de los más importantes libros sobre la materia, Investigative and in—depth Reporting, de Judith Bolch y Kay Miller, The Reporters's Handbook, de John Ullman y Jan Colbert y The Journalism of Outrage, de David L. Protess et al dedican sus páginas más a cómo conseguir la información que a cómo escribirla. En las escuelas de periodismo la enseñanza suele centrarse en cursos de redacción y no tanto en cómo localizar las fuentes y la documentación indispensables para apoyar un reportaje. Los tres libros coinciden en que los periodistas no salen muy bien preparados de las universidades: se gradúan enterados de todo pero de nada a fondo: no se les enseña cómo funciona, por ejemplo, el sistema de la administración de la justicia y tienen por tanto que tomar cursos especiales de derecho o de economía si van a dedicarse a cuestiones financieras o bursátiles. En las carreras de derecho o de ingeniería el estudiante adquiere una gran cantidad de conocimientos y comparativamente poca técnica y luego se lanza a la práctica, mientras que en una típica escuela de periodismo el estudiante aprende mucha técnica y muy poco acerca de cómo funcionan las cosas, las instituciones, en la sociedad. Se cree que basta salir a la calle y hacer las preguntas de rigor: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Pero es un hecho que los periodistas titulados egresan sin haber profundizado en la historia de las ideas políticas y económicas, por ejemplo, en derecho administrativo o en las obras más importantes de la literatura.
“Una de las razones por las que al diarismo se le reprocha su superficialidad es que las cualidades que tienen en común los periodistas investigadores —la capacidad de localizar, entender y en última instancia utilizar un gran número de documentos y estadísticas a fin de abonar bien una hipótesis— no son del dominio de todos los periodistas. Esas cualidades pueden y deben ser aprendidas por todos los reporteros”, escribe John Ullman, uno de los autores de The Reporter's Handbook.
El objetivo de este manual —referido, por supuesto, al contexto estadounidense— es orientar al periodista en el manejo de la información estatal: la que se encuentra en los archivos oficiales de las diferentes dependencias de la administración pública municipal, estatal o federal. Diríase entonces que en este sentido una investigación periodística digna de tal nombre sólo sería posible en un país organizado en su estadística y sus registros documentales, es decir, en un Estado de derecho. Porque el principal punto de referencia —el acuerdo común de los ciudadanos, el contrato social— es la ley.
Las experiencias de los reportajes de investigación que informan The Reporter's Handbook provienen de los periodistas miembros de Investigative Reporters and Editors (IRE), y en sus páginas revelan cómo fueron consiguiendo su información en los diferentes campos (tribunales, Suprema Corte, vivienda, Departamento del Trabajo, sindicatos, Departamento de Estado, salud pública, reglamentos, estatutos, etcétera) y cómo supieron utilizar las leyes del derecho a la información (Freedom of Information Act) para conseguir del gobierno los documentos que necesitaban.
Desde 1975 Investigative Reporters and Editors (IRE) ha venido organizando reuniones anuales en las que los periodistas investigadores de 18 países participan en conferencias y mesas redondas e intercambian sus experiencias. El congreso de IRE que se celebró en Chicago del 6 al 9 de junio de 1991 contó con la asistencia de más de 600 periodistas, en su gran mayoría de Estados Unidos, y trataron temas relacionados con el narcotráfico, el hampa en los sindicatos, el crimen organizado, la corrupción policiaca, la violación de las leyes y los reglamentos ecológicos, y sobre la posibilidad de que en los diferentes países los periodistas colaboren con sus colegas de todo el mundo. La columnista de El Espectador, de Bogotá, María Jimena Duzán (que perdió a una hermana y a cinco compañeros periodistas asesinados por los narcotraficantes) disertó sobre cómo debe comportarse en Colombia el enviado especial de un diario extranjero; sobre la conveniencia, por ejemplo, de identificarse como periodista en cualquier circunstancia, en las ciudades y en el campo. El peruano Gustavo Gorriti, experto en el tema de Sendero Luminoso, aconsejó a sus colegas que se prepararan muy bien antes de ingresar en Perú para hacer un reportaje sobre la insurgencia, que buscaran relacionarse con periodistas nacionales, que definieran de manera clara su intención profesional al encontrarse en zonas peligrosas, que no se detuvieran más de dos días en cada lugar, etcétera. Michael Opperskalski, director de la revista alemana Top Secret, contó cómo su equipo de trabajo, en colaboración con sus pares de Namibia, penetró los servicios de propaganda e inteligencia militar de Sudáfrica a fin de conocer y publicar las acciones de “juego sucio” preparadas contra las fuerzas del SWAPO. En otras mesas redondas y conferencias los periodistas investigadores discutieron acerca de las relaciones con los editores cuando se trata de contratar un libro o sobre la utilidad de las computadoras y las redes de computación con acceso a archivos para la investigación periodística.
Uno de los servicios más importantes que otorga IRE —desde su sede en la Universidad de Missouri: 100 Neff Hall, Columbia, Mo. 65211; Estados Unidos; teléfono (314) 882—2042— es el de sus bancos de información electrónicos; también permite consultar su “morgue” de datos, su hemeroteca y su biblioteca, y comprar sus publicaciones periódicas, como Top Investigations from 1985 & 1986, The Investigative Journalist's Morgue (índices de artículos, reportajes, series, de los archivos de IRE), Top 100 Investigations, en las que se indican las fuentes, los documentos, las dificultades, los seguimientos, los resultados, el punto de partida, de los 5,300 reportajes de investigación recompilados.
Si Investigative and in—depth Reporting, de Judith Bolch y Kay Miller, fue uno de los primeros libros de periodismo que centra su interés en cómo conseguir la información más que en cómo redactar un reportaje o un articulo, The Journalism of Outrage, de David L. Protess, Fay Lomax Cook, Jack C. Doppelt, James S. Ettema, Margaret T. Gordon, Donna R. Leff y Peter Miller, de Northwestern University de Chicago, es fundamentalmente un estudio acerca de los efectos que en la sociedad y el gobierno han tenido los seis reportajes de investigación analizados por los autores. Si muchas veces un reportaje o una denuncia resultan como rayas trazadas en el agua, no se materializan en una acción de la sociedad civil o del gobierno, o no se vuelven una legítima causa política, aquí en este libro, The Journalism of Outrage, la idea es justamente seguirle la pista a cada uno de los seis reportajes de investigación y discernir qué cambios se produjeron en la sociedad, en las legislaciones, y en las políticas administrativas, a consecuencia directa de su publicación. Y esos seis reportajes, efectivamente, sí llegaron a transformar las cosas que estaban mal.
En The Journalism of Outrage se hace también la historia del periodismo de investigación en Estados Unidos, desde las denuncias de Banjamin Harris en su Publick Ocurrences, que publicaba en Boston hacia 1690, hasta la denuncia de la masacre de 109 vietnamitas en la aldea de My Lai escrita por Seymour Hersh y distribuida por Dispatch News Service en 1969, y las investigaciones sobre el caso de Watergate de los reporteros de The Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, en 1972.
En la parte introductoria de su libro, los investigadores de la Universidad Northwestern rastrean el origen de esa tradición del periodismo norteamericano que consiste en denunciar los males de la sociedad y del gobierno, la corrupción, la malversación de fondos públicos, el peculado, los fraudes electorales, los abusos de poder, la concesión de favores a particulares en perjuicio del bien público (del interés general), la concentración de privilegios, el monopolio industrial o comercial, los excesos de fuerza policiacos, el maltrato a los trabajadores, las condiciones de insalubridad en las fábricas, es decir, todo aquello que ilegitima o ilegalmente vaya en contra de la sociedad en su conjunto.
Si el periodista investigador se siente un reformista (no un revolucionario necesariamente) es porque desde los primeros gérmenes de la sociedad norteamericana, en los años de las que fueran las trece colonias, empieza a establecerse el consenso de que si la cosa pública es pública, luego entonces la gente tiene derecho a saber lo que es del orden público, no lo que concierne a las vidas privadas. Esa es la teoría de la responsabilidad social de la prensa, que se refuerza en el siglo XIX cuando se producen ciertos cambios en la sociedad estadunidense y en los propietarios de los periódicos. Como no había ni hay ahora un estatuto de la prensa —porque se entiende que una sociedad es más democrática en la medida en que algunas de sus actividades colectivas no se reglamenten— entonces empezó a sentirse el acuerdo común, en la práctica, de que la prensa tiene una responsabilidad hacia la sociedad y el propósito de ilustrar al público con la información y la verdad en función de ciertos valores de moral civil: el respeto de los derechos de los demás, la observancia de la legalidad común a todos los ciudadanos.
El periodismo contemporáneo se encomienda al principio del “derecho de la gente a saber”, según muchos códigos de ética profesional (aunque no sean de obediencia obligatoria ni uniformes, debido a la naturaleza heterogénea y competitiva de los periódicos norteamericanos) y a la convención no escrita de que la labor de la prensa es un servicio público. La convicción de que mejor se sirve a la sociedad en la medida en que más de disemine la mayor cantidad posible de información es uno de los principios, por ejemplo, del reglamento ético que rige en The Washington Post. El Código de ética de la Sociedad de Periodistas Profesionales, la mayor en su género en los Estados Unidos, establece por su parte y desde 1926 que “el derecho del público a saber es la misión más importante de los medios masivos. Se distribuyen las noticias y se ilustra a la opinión pública para mejor servir al bienestar general”. Esta tradición es, pues, la que da sentido al trabajo de los periodistas investigadores. Al exponer los casos de abusos y de injusticias, el periodista investigador consigue uno de los más nobles fines del periodismo contemporáneo: activar la conciencia de los ciudadanos en favor del bien común. El periodismo así entendido no es sino una de las múltiples opciones que tiene el ejercicio de la democracia.
Las profundas raíces históricas del periodismo de investigación anteceden en Estados Unidos incluso a la publicación de los primeros periódicos en 1704, en la época colonial. Hacia finales del siglo XIX los grandes propietarios de periódicos —Joseph Pulitzer, William Randolph Hearst, Adolph S. Ochs, E. W. Scripps, Joseph Medill— revitalizaron la actividad periodística, no se inhibieron para demostrar y denunciar los despojos del poder, y sus periódicos dieron a conocer los reportajes de investigación más importantes de las dos últimas décadas del siglo.
Las revistas de circulación nacional se metieron con la élite de la industria y los negocios. En 1902 la mensual McClure publicó una denuncia de la Standard Oil Company e hizo la historia del ascenso de John D. Rockefeller al mundo de la riqueza y el poder documentando cómo la Standard, a través de intimidaciones y amenazas, hizo quebrar a las pequeñas compañías petroleras de Cleveland. En 1905 Cosmpolitan denunció las prácticas anticompetitivas de la International Harvester Company. Pero tal vez la denuncia de la industria más leída durante este periodo fue un reportaje investigación de Upton Sinclair, quien se pasó siete semanas como trabajador “clandestino” en los rastros de Chicago en 1904 para denunciar las inhumanas e insalubres condiciones bajo las que tenían que trabajar los carniceros. Sinclair publicó primero una serie de sus hallazgos en una revista socialista, Appeal To Reason, y luego los reeditó en su famoso libro La jungla.

La construcción del reportaje se realiza al final, cuando el reportero ya tiene todos —o los suficientes— datos a la mano. El propósito del periodista es armar una argumentación, darle un sentido y un contexto a su información. Su trabajo aspira a establecer cierta verdad periodística —no una verdad científica organizada conforme al método científico, ni una verdad jurídica como procuran hacer los abogados defensores o los jueces en un proceso judicial— a través de los datos, las declaraciones, los documentos, la persuasión sostenida en un discurso lógico y sugerente. El redactor apela a la inteligencia del lector y para ello le proporciona todos los datos comprobados de que dispone a fin de que cada quien llegue a sus conclusiones.
Este sistema de escritura argumental, que en la tradición literaria tiene sus orígenes, entre otros, en los ensayos de Montaigne y de Voltaire, puede estudiarse en libros como El caso Moro, En tierra de infieles, Autos relativos a la muerte de Raymond Roussel, La desaparición de Majorana, El teatro de la memoria, de Leonardo Sciascia; en Asesinato, de Vicente Leñero; en Charras, de Hernán Lara Zavala; en El Karina, de Germán Castro Gaycedo; en Operación Masacre, de Rodolfo Walsh; en El profesor y la prostituta, de Linda Wolfe; en Cabeza de turco, de Günter Wallraff; en El periodista y el asesino, de Janet Malcolm; en Todos los hombres del Presidente, de Bob Woodward y Carl Bernstein.

















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