Wednesday, September 06, 2006

 

La verdad periodística

Claro que la verdad es un problema filosófico desde los tiempos de Tales y Anaximandro y no menos digno de Bertrand Russell que de Ludwig Wittgenstein o Richard Rorty. Pero en una dimensión más terrenal, podría convenirse en que la verdad periodística es la misma que expresa un testigo al establecer una coincidencia entre lo dicho y el hecho.
“Nosotros no publicamos la verdad. Publicamos lo que nos dicen que es la verdad o lo que leemos como verdad en un documento”, suelen decir muchos colegas. Y ciertamente en ese aspecto la labor del reportero se parece mucho a la del notario. A ninguno de los dos les pueden constar siempre las cosas. Toman nota y señalan la fuente.
¿Podría el trabajo del periodista ser parangonable al del juez? No. Para los jueces la relación de los hechos o la verdad factual no tiene mucha importancia. Lo que procuran, para hacer justicia, es que se ajusten las pruebas —o los indicios en su conjunto como plena prueba— a la “norma”. Es decir, lo que les dicta su oficio es abonar la “verdad jurídica”, trabar bien el enlace lógico natural entre la verdad conocida y la verdad que se busca. Y no siempre su sentencia se acopla a la verdad de los hechos.
Sin embargo, se sigue planteando como problema si al periodista se le puede exigir obrar como un juez —con pruebas— y si es necesario reglamentar su trabajo con una ley especial y no solamente con las leyes ya codificadas en la esfera penal. No ha podido ser así porque existe una vieja tradición política, muy celosa del derecho a la libertad de expresión, en la Inglaterra del siglo XVI y en la Francia de las Luces, de que entre menos se reglamente una actividad —por muy de interés colectivo que sea— más sana y respirable es la convivencia democrática. Con el criterio regulador se llegaría también a exigir la reglamentación de la libertad de cátedra en las universidades.
Y es que el periodista trabaja con los acontecimientos y el sentir de la sociedad. Debe tener un margen, lo más ilimitado posible, para discernir lo que está sucediendo, sobre todo cuando los protagonistas de todos los poderes hacen todo lo posible por ocultar las cosas y por controlar a la prensa. Los ciudadanos tienen derecho a que se ventilen las cosas públicas en público y por ello todo pacto ético o deontológico debe más bien hacerse entre los periodistas y los ciudadanos, no entre los periodistas y el Estado o los dueños de los periódicos.
La creatividad del periodista —no su invención— requiere de una libertad elemental. Bertolt Brecht decía que podía haber hasta siete formas de decir la verdad. Y lo que cuenta en definitiva es la actitud que el periodista tiene ante los hechos, tal y como sucede con el historiador que ante los hechos formula una decisión a priori. Por eso E. H. Carr escribe en ¿Qué es la historia? que “todo periodista sabe hoy que la forma más eficaz de influir en la opinión consiste en seleccionar y ordenar los hechos adecuados. Solía decirse que los hechos hablan por sí mismos. Es falso. Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos; él es quien decide a qué hechos da paso, y en qué orden y contexto hacerlo. Un personaje de Pirandello decía que un hecho es como un saco: no se mantiene en pie si no le metemos algo dentro”.



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