Wednesday, September 06, 2006

 

La fidelidad al entrevistado

Existe un problema de orden ético y profesional periodístico en la relación que se establece entre el entrevistado y el entrevistador. ¿A qué o quién hay que guardar fidelidad: a la verdad o al entrevistado?
Este dilema se planteó en el caso del periodista Joe McGinniss y el médico militar Jeffrey MacDonald cuando éste último demandó por la vía judicial a su entrevistador, a principios de 1989.
Autor de un libro que en la primera parte de la década de los 70 le acarreó cierta celebridad. Cómo se vende a un Presidente, en el que reseña crítica e irónicamente la campaña presidencial de Richard Nixon, Joe McGinniss publicó en 1988 Fatal vision, un libro reportaje con una larga entrevista al médico militar Jeffrey MacDonald, que había sido consignado y sentenciado por haber asesinado a su esposa y sus dos hijas.
En su demanda el médico arguyó que el periodista lo había traicionado, que mientras lo entrevistaba le había dado la impresión de que estaba de su lado, que lo había inducido a abrir su corazón y contarle toda su verdad, pero que cuando McGinniss publicó su libro él, el médico, se había dado cuenta de que el entrevistador lo hacía aparecer como culpable, es decir, como un asesino psicótico.
El juzgado de Los Ángeles en que se ventiló el caso parecía de pronto la sala de un examen profesional de periodismo en alguna universidad, pues varios de los testigos de cargo y de descargo entre ellos el ensayista William Buckley y el autor de novelas policiacas Joseph Wambaugh discurrían sobre lo que es una entrevista y cuál suele ser la actitud profesional de un entrevistador. El punto de vista de estos autores era que una práctica muy común en el trabajo periodístico es que se da una especie de acuerdo tácito entre el entrevistador y el entrevistado a fin de que la entrevista fluya sin tropiezos, incluso cuando el periodista no está de acuerdo con las opiniones de su entrevistado. No se puede estar interrumpiendo y replicando constantemente al sujeto de la entrevista, decían los testigos, porque enfrascarse en una discusión podría poner en peligro la realización misma de la entrevista. Si el reportero, con un gesto de las cejas o alguna palabra de enlace, da la impresión de que coincide con todo lo que afirma el entrevistado y de que lo aprueba, debe entenderse que lo escucha y lo transcribe bien, y no que está de acuerdo con él. El equívoco es un malentendido del entrevistado y no implica ninguna responsabilidad para el entrevistador. La entrevista es un encuentro entre adultos que saben muy bien a qué están jugando o cuáles son las reglas del juego.
McGinniss se defendió argumentando que su única fidelidad era hacia el lector y a la verdad, no al entrevistado. De todas maneras, el juez dio la razón al médico asesino y el escritor periodista tuvo que compensarlo con una considerable cantidad de dinero producto de las regalías del libro. (En realidad el juicio se pudo haber proseguido en instancias superiores, pero el periodista y sus abogados decidieron negociar de una vez con la parte demandante.) El juez juzgó que el entrevistado había sido engañado y obligado a incriminarse a sí mismo, lo cual está prohibido por la Enmienda Quinta de la Constitución de los Estados Unidos.
Pero cuando la periodista Janet Malcolm relató todos los pormenores del juicio en dos entregas de la revista The New Yorker, el 13 y el 20 de marzo de 1989, suscitó una reacción de malestar en el medio periodístico norteamericano porque aseveró que “todo periodismo es moralmente indefendible”.
El periodista, escribió Janet Malcolm, “es una especie de confidente que se vale de la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, para conseguir su confianza y después traicionarlas sin remordimiento alguno”.
La opinión de la reportera cayó como bomba en los medios profesionales de la prensa y en las escuelas de periodismo, a tal grado que la Columbia Journalism Review, la revista de periodismo de la Universidad de Columbia, hizo una encuesta en su número de julio-agosto de 1989 entre periodistas, directores de periódicos o de noticiarios de televisión, columnistas y escritores.
La mayor parte de los interrogados respondió que la generalización que implicaba el párrafo de Janet Malcolm era injusta, pero que contenía algo de verdad. También es común a casi todos ellos la convicción de que el texto, en última instancia, pertenece al periodista y es su obra.
“Yo sentí que mi obligación respecto a Jeffrey MacDonald terminaba en el momento en que descubrí que me había estado mintiendo tratando de manipularme, de utilizarme para que yo contara una historia falsa”, dijo Joe McGinniss en la misma encuesta de la Universidad de Columbia.

Comments:
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Me ha gustado mucho lo que has escrito. Pienso que si un periodista no toma partido en la búsqueda de la verdad, aunque lo que escribe no esté de acuerdo con las fuentes, no sería un buen periodista sino un simple mediador de la información. Quizás eso provoca que a veces uno tenga que valorar entre la verdad o la conciencia.no crees?
 
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