Wednesday, September 06, 2006

 

La entrevista

Hay muchas clases de entrevistas pero no todas son periodísticas: la conversación entre un médico y su paciente, las preguntas que hace un detective a diversas personas durante su investigación, el intercambio de datos e impresiones entre un jefe de personal y el aspirante a una plaza, el diálogo que se establece entre los alumnos y su maestro en la clase, la provocación a la inteligencia que mediante la mayéutica Sócrates hacía a sus discípulos. La interlocuación
Lo específico y distintivo de la entrevista periodística es su finalidad: el entrevistador entrevista al entrevistado con el propósito de recabar información y publicarla en una revista o un periódico. Por eso la primera regla del juego es que el entrevistador se identifique: dé su nombre, diga a cuál medio informativo pertenece, y establezca qué tema es el que quiere tratar con el entrevistado. Sólo así, de entrada, se tiende una relación seria, profesional, leal, con el entrevistado.
La entrevista es un diálogo entre un periodista y un sujeto, transcrito en forma de preguntas y respuestas. En todas sus indagaciones, cuando sale en busca de la información, el reportero hace entrevistas: toma notas, graba, recoge declaraciones. Pero no siempre sobre todo si se trata de una noticia presenta su texto en forma de preguntas y respuestas. Este formato lo reserva para un trabajo de redacción de mayor despliegue en el que importa la personalidad y la significación social del entrevistado. La idea de mostrar por escrito cómo se fueron eslabonando las preguntas y las respuestas pretende hacer ver ante el lector cómo es el entrevistado, qué piensa y cómo razona lo que piensa; es decir, el periodista trata de hacer un retrato un profile, se dice en la jerga norteamericana, especialmente en la revista The New Yorker del entrevistado, a quien por sus palabras lo conoceréis.
En su manual de redacción, la agencia española EFE considera que hay dos tipos de entrevistas:
Las que tienen un formato de preguntas y respuestas y aquellas otras en las que las ideas, la personalidad, las obras, la biografía y las circunstancias actuales del entrevistado constituyen parte importante de la información.
Tanto en el primero como en el segundo caso, después de los tres primeros párrafos, deben incluirse un resumen de las declaraciones más importantes y algunos datos sobre el entrevistado.
En El País. Libro de estilo se reconocen tres modos de hacer entrevistas: la entrevista de declaraciones, la entrevista—perfil y una mezcla de ambas.
Las declaraciones obtenidas mediante el diálogo con un personaje no siempre han de adquirir la forma de entrevista. La presentación con preguntas y respuestas debe reservarse para las entrevistas extensas y a fondo. En los demás supuestos, su presentación será la de un reportaje o, si tiene interés como información de actualidad, la de una noticia, en ambos casos con sus correspondientes entrecomillados, escriben los editores de El País. Para lo que se denomina “entrevista-perfil”, el mismo libro de estilo establece que este tipo de entrevista “admite una mayor libertad formal, al no ser necesaria la fórmula pregunta—respuesta. En este caso se pueden incluir comentarios y descripciones, así como intercalar datos biográficos del personaje abordado”.
Lo que no hay que perder de vista es que el entrevistado irrumpe con sus preguntas en el flujo mental del entrevistado, quien expresa sus ideas y hace declaraciones que de otra manera no hubiera hecho. Y es que la entrevista es una interlocución, el encuentro de dos inteligencias: una relación humana cada uno llega con su personalidad y su bagaje cultural de la que surge un texto distinto al que elaboraría una persona en la intimidad de su escritura. Por eso es frecuente que el lector se interrogue: ¿quién es el verdadero autor de la entrevista?
La interview (como se le empezó a llamar en Nueva York hacia 1836) responde a una autoría doble: la del entrevistado y la del entrevistador. Ambos son activos y pasivos alternativamente, aunque sea el entrevistador el que conduzca la conversación con preguntas dirigidas que intentan mantener al entrevistado dentro de un cierto campo temático. Ambos son autores de la entrevista, a pesar de que para fines del derecho de autor sea el periodista el titular de ese derecho (copyright). En el periodismo francés se tiene la costumbre de no firmar las entrevistas, como concediendo que el entrevistador no es dueño ni autor al ciento por ciento de su texto. Sólo al final de la entrevista se asienta la frase propos recueillis par, que precede al nombre del periodista. (Literalmente propos significa dichos y recueillis recogidos.)
El trabajo del periodista consiste en hacer hablar a la gente. Todo el mundo tiene algo que decir y, con algunas excepciones, desea que alguien venga y se lo pregunte. Pocas personas son capaces de guardar un secreto. Pero el periodista nunca debe olvidar que es un intermediario, un representante del lector, y no un protagonista: es un espectador, no un actor. Tiene que saber escuchar y no hablar, salvo en el momento de hacer una acotación o solicitar una aclaración. Debe trabajar con la imparcialidad de una mente abierta, sin prejuicios, es decir: sin juicios preconcebidos. Las mejores entrevistas suelen ser aquellas en las que el periodista desaparece, no se nota, no le roba cámara al entrevistado. En eso consiste su buena educación, su elegancia, su respeto por el lector y el entrevistado.
Sin embargo, un entrevistador no es un taquimecanógrafo que toma al dictado todo lo que le dice el personaje entrevistado. Sus preguntas pueden ser críticas y plantear objeciones. No puede ser complaciente ni renunciar a su dignidad de reportero que realiza un trabajo profesional y de interés público. Parte del hecho de que la gente, en una sociedad democrática, tiene derecho a saber todo lo concerniente a la vida pública. No puede ponerse al servicio, pasivamente, de su interlocutor. Ha de hacer preguntas breves, claras, precisas, sobre el tema convenido con el entrevistado, pero al mismo tiempo debe tener el instinto, la intuición, el tacto, para dejar hablar al entrevistado para no interrumpirlo si éste entra en una digresión cada vez más apartada del tema, porque muy frecuentemente en las digresiones se tocan aspectos que el entrevistador no había previsto en su cuestionario y que pueden ser de gran interés periodístico o reveladores.
El entrevistado, por su parte, suele ser alguien con autoridad en cierto campo profesional: un científico, un historiador, un militar, un artista, un policía, un médico, un político, un técnico del que se requiere su conocimiento especializado, pero también puede ser alguien que ha sido testigo de un acontecimiento, un ciudadano común y corriente. La condición es que alguien tenga autoridad o conocimiento sobre un tema o un hecho.
Hay tres fases en la realización de una entrevista: la preparación, el encuentro y la redacción.
Desde el momento en que se gesta la idea periodística y se piensa en un posible entrevistado, el entrevistador empieza a indagar en un diccionario biográfico, entre amistades o colegas de profesión cuál es el carácter del entrevistado y qué ha hecho de notable en el terreno de su especialidad. Entre el instante en que solicita la entrevista identificándose a sí mismo, dando el nombre del medio en el que trabaja y planteando de manera inequívoca el tema que desea tratar y la hora convenida con el entrevistado, el entrevistador puede tener poco o mucho tiempo para prepararse.
Como en el reportaje, en la entrevista también se tiene una hipótesis periodística previa. Antes de emprender su indagación, el periodista parte de una idea anterior, un indicio, un rumor, una información (la materia prima del periodismo) o de una noticia que la lectura de los periódicos le sugiere como no investigada suficientemente. Por ejemplo: hay indicios por algún comentario casual de alguien o por una nota informativa breve de que en el Valle del Yaqui, en Sonora, hay un problema de salud y de contaminación debido a la cantidad de productos químicos (plaguicidas, por ejemplo) que se han vertido en las tierras agrícolas durante cuarenta años. ¿Realmente se trata de un asunto grave? ¿Se registran enfermedades, por ejemplo, en los pilotos fumigadores? ¿Es cierto que a cierta edad tienen hijos deformes? El trabajo del periodista consiste en investigar esa hipótesis. El director o el jefe de información da la orden al reportero y le indica que entreviste al ingeniero agrónomo Fulano de Tal, una autoridad en la materia, y a un médico especializado en salud pública.
No hay que olvidar que las entrevistas suelen ser fundamentalmente de dos clases: informativa y de semblanza. En la primera se trata de bordar alrededor de un tema el de la contaminación en el Valle del Yaqui, por ejemplo y en ese caso lo que importa es la información. En la segunda lo que cuenta es la personalidad del sujeto entrevistado, su modo de ser, su visión del mundo, sus opiniones, porque él en sí mismo es noticia.
¿Qué hace el periodista si no sabe nada acerca del personaje que va a entrevistar ni sobre el tema? ¿Cuál es su primer paso? Sólo tiene el nombre del ingeniero agrónomo, sabe su teléfono y el lugar en que trabaja. Por lo pronto, empieza a gestionar la cita. Debe identificarse, dar el nombre de la publicación a la que pertenece y definir el tema que desea tratar en la entrevista. Si su futuro interlocutor está de acuerdo, si accede a hablar sobre el tema convenido para que la entrevista se publique en el medio informativo del reportero, ambos se ponen de acuerdo y fijan una hora para el día siguiente o después.
Mientras tanto, aún en la fase de preparación, el periodista indaga si el nombre de su entrevistado aparece en algún diccionario biográfico o profesional, si ha publicado libros, si ha dado conferencias. (El diccionario Milenios de México, de Humberto Musacchio; editorial Raya en el Agua, México, 1999, es una obra de consulta muy útil en estos casos.)
La secretaria, los amigos, los colegas de profesión, los familiares, pueden suministrar datos importantes sobre el entrevistado: cómo es, cuáles son sus gustos, cómo es su carácter, dónde ha vivido, especialmente si el enfoque de la entrevista va a ser de semblanza. Pero la fuente más útil y práctica son los recortes de periódicos: todo periodista lleva su archivo personal, suele leer los periódicos con una tijera en las manos y seguirle la pista a ciertos asuntos que lo sabe muy bien, puesto que tiene el hábito de leer varios periódicos todos los días van a tener actualidad tarde o temprano. Todo está en los periódicos, sabiéndolos leer.
Tanto si va a hacer una entrevista informativa como una de semblanza, el periodista tiene que documentarse sobre el tema y sobre su entrevistado. Una vez que cuenta con un mínimo de información, es conveniente que elabore por escrito un cuestionario o bien enumere una serie de temas que habrá de seguir en el curso de la conversación porque él, el reportero, es el conductor de la entrevista.
Es necesario llegar al momento de la entrevista con un mínimo de conocimiento del entrevistado y de su tema. El entrevistador no tiene que saberlo todo, pero sí evidenciar (por un mínimo de cortesía) que está enterado en términos generales de la materia que se va a tratar. De lo contrario, si exhibe de entrada su ignorancia corre el riesgo de que el entrevistado desconfíe de él y de su capacidad para transcribir y comunicar lo que se está diciendo en la entrevista.
Huelga decir que hay que ser puntual y respetuoso, cortés y tolerante. Al iniciarse el encuentro, el entrevistador habrá de mostrarse cordial e ir al grano para no dar la sensación de que está desperdiciando el tiempo del entrevistado. Debe saber preguntar y escuchar, pero no dar la impresión de que es demasiado pasivo: un entrevistador no es un mero transcriptor ni un taquimecanógrafo que toma el dictado; es alguien entrenado profesionalmente para valorar y jerarquizar la información en el momento de componer el texto. Si bien concede la palabra al entrevistado y lo deja hablar, ha de tener el criterio suficiente para interrumpirlo sólo cuando sea necesario, para solicitarle alguna precisión o preguntarle por qué dice lo que está diciendo. Sin embargo, también debe tener la sensibilidad y la inteligencia para no interrumpir al entrevistado cuando éste incurra en una digresión o aparentemente se salga del tema: muchas veces en las digresiones se tocan aspectos del tema no previstos que pueden aportar mayor riqueza a la información. Si la digresión es intrascendente, hay que situar de nuevo al entrevistado en la línea temática que se estaba siguiendo en la entrevista.
No es recomendable que el entrevistador se enfrasque en una discusión personal con el entrevistado. Ciertamente podrá objetarlo o tenderle preguntas críticas incluso embarazosas, si es inevitable: no hay preguntas indiscretas, sólo hay respuestas indiscretas o pedirle una aclaración, pero no tiene por qué imponerle su punto de vista porque él, el entrevistador, no es el protagonista. De lo que sí debe asegurarse es de que cada una de sus preguntas contenga un argumento. Por eso es necesario que llegue lo mejor preparado al momento de la entrevista, tanto como para cambiar las preguntas si las circunstancias del coloquio lo ameritan.
¿Se debe usar grabadora (o magnetofón, como le dicen en España) o tomar notas en una libreta?
Ha habido la creencia en los últimos años de que la grabadora inhibe al entrevistado o perturba la espontaneidad de la conversación. Por eso es muy frecuente que los estudiantes de periodismo se pregunten si deben grabar o tomar notas. La verdad es que todo está en relación con el caso particular y las necesidades del periodista: en ciertas ocasiones, como cuando se hace una entrevista en un idioma distinto al del entrevistador, es indispensable el uso de la grabadora para registrar las palabras que uno no conoce y poder así buscarlas en el diccionario en la última fase de transcripción y redacción. Que se inhiba o no el entrevistado con la grabadora depende de cada individuo entrevistado. La experiencia de los últimos años nos dice que la gran mayoría de los entrevistados no objeta el uso de la grabadora, sobre todo en estos tiempos en que los aparatos electrónicos abundan a nuestro alrededor y se ven con naturalidad. En todo caso, si uno quiere utilizar la grabadora porque le gusta, porque se siente más cómodo y más seguro con ella, porque no tiene una buena taquigrafía personal y sus notas de pronto se parecen más al árabe que al castellano lo que se debe hacer es simplemente colocarla y encenderla frente al entrevistado sin pedirle permiso y sin mencionarla: no hay por qué adelantarse a lo que piensa o siente el entrevistado. Como decíamos antes, en la actualidad es rara la persona que se incomode frente a una grabadora.
En última instancia, utilizar la grabadora es cuestión de gusto y de hábito. Muchos periodistas, tal vez la mayoría, no la usan prefieren tomar notas porque sienten que valerse de ella es trabajar doble y desperdiciar tiempo. Y, en efecto, transcribir línea por línea una grabación es volver a recorrer segundo a segundo (que a la postre suman horas) el mismo camino y emplear demasiado tiempo en una labor mecánica.
Cuando ve uno a un periodista extranjero que llega al país para hacer un reportaje o unas entrevistas suele llamarle la atención que, en la mayoría de los casos, saca su libreta de apuntes. Asimismo en las conferencias de prensa formales cuando no son a la carrera en la calle o en algún aeropuerto la mayor parte de los corresponsales toman notas.
Como el trabajo del periodista consiste en sintetizar y parafrasear o citar entre comillas frases o párrafos breves, en simplificar sin traicionar el sentido de las declaraciones, el tomar notas obliga a estar más alerta y a poner más atención en lo que está diciendo el entrevistado porque de hecho, en el momento mismo de la entrevista, uno como reportero ya está escribiendo mentalmente, es decir, uno ya se encuentra en la práctica de comprimir, uno ya se involucra en el proceso de redactar de la manera más sucinta posible. Por el contrario, si uno se atiene a la grabadora, es posible que su capacidad de concentración, atención y retención, disminuya.
Estas reflexiones valen sobre todo en el caso de la entrevista de declaraciones. Si de lo que se trata es de captar el estilo, la personalidad verbal de un escritor, por ejemplo, que habla mejor de lo que uno escribe; si lo que importa es transcribir con toda precisión los matices que el entrevistado da a sus razonamientos en torno a un tema delicado, entonces no hay por qué renunciar al uso de la grabadora. Al contrario; hay que saber aprovechar todos los recursos de la tecnología.
De igual manera es pertinente utilizar la grabadora en entrevistas con implicaciones legales complejas, como cuando un médico emite una opinión de perito o un reo en la cárcel argumenta su inocencia. En ese caso la literalidad de la frase entrecomillada debe tener el apoyo, la prueba, de una grabación, para evitar reclamaciones o acusaciones de infidelidad o de difamación.
Por tanto no puede aseverarse tajante y excluyentemente que en las entrevistas sólo se debe grabar o sólo se debe tomar notas. Todo depende del caso concreto y de la costumbre del periodista. Hay ejemplos para todos los gustos. Uno se puede encontrar con tantos reporteros que usan grabadora como con tantos otros que prefieren tomar notas.
Yo, en lo personal, siempre he tenido la impresión de que cuando grabo, transcribo; y de que cuando tomo notas, escribo. Me siento menos pasivo cuando apunto lo que me dicen que cuando pongo una grabadora frente al entrevistado. Si resulta que mis notas son legibles, entonces me siento más creativo y contento porque realizo una escritura procurando ser fiel al sentido de las declaraciones. En el otro supuesto, en el caso de registrar todo lo dicho en una cinta magnetofónica, me siento un mero transcriptor pasivo y servil, abrumado por un trabajo monótono e insoportablemente mecánico y por tanto estéril. Me vivo haciendo una labor que muy bien podría llevar a cabo un taquimecanógrafo: privo de todo placer a la composición por escrito, al menos en esa primera etapa de transcripción.
Gabriel García Márquez, periodista de toda la vida, explica mejor que nadie estas vicisitudes del oficio:
“Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel, y sobre todo más humano, como lo fue durante tantos años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnetofón. Ahora en cambio, uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que la grabadora lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista.”
En una entrevista que se le hizo en abril de 1979, en la revista francesa Lire, Roland Barthes escuchó de Pierre Boncenne la siguiente pregunta:
—Este instrumento que está entre los dos, la grabadora, intimida, incluso inquieta mucho a los intelectuales. ¿Y a usted?
—Es verdad que la grabadora me molesta un poco respondió el autor de El grado cero de la escritura y Mitologías, pero, según lo expresa esa expresión extraña. me hago cargo. La grabadora no deja hacer tachaduras. En la escritura, y eso es lo maravilloso, los medios de tachar son inmediatos. Y en el habla existe un código gracias al cual se puede tachar lo que se acaba de decir: no, no quise decir eso, etcétera. Con la grabadora, hay una rentabilidad tan grande de la cinta que uno tiene dificultades para corregirse y se vuelve más arriesgado hablar.


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