Wednesday, September 06, 2006

 

La entrevista escrita

La fase culminante de la entrevista es la composición por escrito. En esta etapa final ele reportero decide el orden de las secuencias: la apertura, el cuerpo del texto, el remate.
Luego del trabajo de transcripción, a partir de notas o de una grabación, el entrevistador tiene que jerarquizar los datos y decidir el lugar que habrán de ocupar a lo largo de la entrevista. Debe asimismo elegir un fragmento de apertura: algunas de las líneas más dramáticas o más valiosas desde el punto de vista de la novedad periodística con el objeto de atrapar la atención del lector.
Trátese de una entrevista de semblanza o de una de declaraciones, el redactor puede parafrasear al ir resumiendo guardando la mayor fidelidad a lo dicho por el entrevistado o bien citar entre comillas las frases más significativas. Puede no respetar la literalidad de las respuestas, pero tiene que ser fiel al sentido de las aseveraciones y al estilo de hablar del entrevistado. Si es necesario precisar algunas ideas o ratificar o rectificar la grafía de algunos nombres, debe comunicarse de nuevo con la persona que entrevistó.
Corresponde, pues, al criterio literario del periodista ir ordenado los diferentes tramos del texto, alternando párrafos descriptivos o informativos con pasajes en que la entrevista aparece dialogada. En castellano los diálogos de las novelas y las entrevistas se separan por medio de guiones (del ancho de una m) y no, como en inglés, con comillas. De una combinación equilibrada de descripciones y diálogos dependerá en buena parte la amenidad de la entrevista.
Juan Gargurevich recomienda hacer ejercicios de descripciones del físico del entrevistado y de su modo de expresión, así como del ambiente en que se desarrolla la entrevista. Por ejemplo, el entrevistado puede ser alto, bajo, gordo, flaco. Hay que fijarse en su rostro, su mirada, sus pómulos, sus mejillas, y tratar de percibir su estado de ánimo: melancólico, retraído, extrovertido, locuaz, alegre, crítico, solemne, informal. También su modo de vestir puede reflejar parte de su carácter y de su estilo de vida, su clase social, su gusto. Todos estos elementos y muchos otros permiten realizar un retrato escrito del personaje, si de lo que se trata es de reflejar su personalidad ante los lectores.
Un ejemplo notable de lo que pueden llegar a ser las descripciones se encuentra en los textos del novelista español Juan Marsé recogidos en Señoras y señores. Marsé describe, dedicando una cuartilla a cada uno, a Marlon Brando, Pinochet, Laura Antonelli, Felipe González, Jane Fonda y otras celebridades.
Por supuesto, la mejor forma de familiarizarse con el arte de la entrevista es leer a los grandes entrevistadores y entrevistadoras que ha habido en la historia del periodismo, como Oriana Fallaci (Entrevistas con la historia) o Elena Poniatowska (Todo México).
En cuanto a las entrevistas específicamente literarias el libro más notable sigue siendo El oficio de escritor. Es una recopilación de las entrevistas con escritores que a lo largo de su existencia, desde la primavera de 1953, ha publicado The Paris Review.
El oficio de escritor es una selección de los primeros dos volúmenes editados por The Viking Press, de Nueva York, bajo el título de Writers at work. En sus páginas se dan cita figuras consagradas como E. M. Forster, William Faulkner, Alberto Moravia, Ernest Hemingway, Truman Capote, Aldous Huxley, Henry Miller, Ezra Pound y otros. La edición mexicana y la traducción estuvieron a cargo del novelista puertorriqueño José Luis González.
El tema común de todas las entrevistas es el proceso de la creación literaria. La primera de ellas, con el novelista inglés E. M. Forster, sirvió de modelo, por su excelencia y su estructura, a todas las posteriores. Dos jóvenes escritores norteamericanos (trabajaban en pareja, como los policías, dice José Luis González) se encargaban de conducir la entrevista, presentando a veces a los hombres de letras las preguntas con anticipación.
Como los autores de las entrevistas no disponían en un principio de máquinas grabadoras, o no les gustaban, ambos anotaban a toda velocidad las respuestas a sus preguntas y después confrontaban las dos versiones. “Más tarde, cuando fue posible utilizar una grabadora, el trabajo se simplificó: las entrevistas se desarrollaban en dos o tres sesiones, al cabo de las cuales los redactores mecanografiaban el material, lo reducían a la extensión deseada, lo organizaban en orden lógico y se lo enviaban al entrevistado para su aprobación. En ocasiones éste se tomaba un interés especial en el texto y lo enriquecía con nuevas preguntas de su propia cosecha”, escribe en la presentación José Luis González.
El traductor y compilador no quiere concluir su prólogo sin hacer antes este reconocimiento: Es de justicia reconocer en los autores de las entrevistas una virtud extraordinaria: haber sabido resistir la tentación de exhibir su propio ingenio y sabiduría y de deleitarse escuchando su propia voz. Utilísima lección que deberían aprovechar muchos de quienes entre nosotros cultivan, a veces con mejores intenciones que resultados, el ameno pero difícil arte de la entrevista.
Un punto de vista interesante es el del entrevistado. ¿Qué pensaba, por ejemplo, un escritor como Roland Barthes de las entrevistas que le hacían? Pocas veces como en ésta la entrevista que a Barthes hizo Pierre Boncenne en Lire, en abril de 1979, y que se reproduce en El grano de la voz, se ha tenido la oportunidad de escuchar cuál ha sido la experiencia de un entrevistado como tal.

—Me gustaría comenzar esta entrevista preguntándole justamente: ¿para usted, qué es una entrevista?
—La entrevista —contestó Roland Barthes— es una práctica bastante compleja de juzgar, ya que no de analizar. De manera general, las entrevistas son bastante penosas para mí y en algún momento quise renunciar a ellas. Incluso me había fijado una especie de última entrevista. Pero después me di cuenta de que se trataba de una actitud excesiva: la entrevista forma parte, para decirlo de manera impertinente, de un juego social que no podemos eludir o, para decirlo de manera más seria, de una solidaridad de trabajo intelectual, entre los escritores por una parte y los medios de comunicación por la otra. Existen engranajes que hay que aceptar: si se escribe es para ser publicado, y si se publica hay que aceptar lo que la sociedad le solicita a los libros y lo que hace con ellos. En consecuencia hay que prestarse a la entrevista, tratando a veces de frenar la demanda.
—¿Por qué las entrevistas le son penosas?
—La razón fundamental reside en las ideas que tengo sobre la relación entre el habla y la escritura. Amo la escritura. El habla me gusta sólo en un marco muy particular, el que fabrico yo mismo, por ejemplo en un seminario o en un curso. Me fastidio siempre cuando el habla viene de alguna manera a redoblar la escritura, porque entonces tengo una impresión de inutilidad, lo que quise decir no podía decirlo mejor que escribiendo, y repetirlo hablando tiende a disminuirlo.







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