Wednesday, September 06, 2006

 

La columna

A diferencia del artículo de fondo, que suele ser monotemático y convencional en su estilo, la columna lleva implícita la personalidad literaria de su autor (recuérdense los casos de Jorge Ibergüengoitia y Gabriel García Márquez). La columna es una reflexión: un razonamiento, y de todos los géneros periodísticos es el que más se parece toda proporción guardada al ensayo literario que sigue la tradición de Michel de Montaigne (1533-1592) y de Francis Bacon (1561-1626).
A Manuel Buendía le gustaba la teoría de que la columna surge en la historia del periodismo cuando, hacia 1872 y en los años subsiguientes, los lectores de Chicago y Nueva York empiezan a aburrirse con el tono impersonal de los periódicos y exigen textos de carácter más personal y humano. “Los periódicos iban bien, sí, pero se habían vuelto demasiado impersonales. Aunque parezca incongruencia, la verdad es que a medida que avanzaba el perfeccionamiento técnico, fueron perdiendo la calidez humana que habían tenido en sus artesanales principios”, dejó escrito Buendía en su Ejercicio periodístico.
Lo que distingue a la columna es que aparece en un lugar fijo del periódico o la revista, diferenciada por un cierto formato tipográfico respecto a las otras secciones; siempre va firmada por alguien de reconocido prestigio —generalmente un profesional del periodismo— y se publica con determinada periodicidad: todos los días, una o dos o tres veces a la semana. Tiene además una cabeza o un título que la identifica, como por ejemplo: Red Privada, Plaza Pública, Indicador Político, Frentes Políticos, Inventario, Conjeturas, Carta de Copilco, Máscara Negra, Marcador, La Rueda del Poder, Periscopio, La Hora del Lobo, La Jirafa.
Desde un principio, la columna empezó a aparecer en un recuadro, un apartado que sugería exclusividad y confidencialidad, una zona del periódico en la que el lector empezó a reconocer un tono íntimo de autor, un lugar privilegiado o una zona de tolerancia estilística.
Pero no todo es formal: en la columna importa también la calidad de las revelaciones, los datos nuevos, las primicias informativas, que el periodista va a acopiar mediante sus investigaciones. Una de las peculiaridades de Red Privada, la columna de Manuel Buendía que hasta 1984 distribuía en más de treinta periódicos del país, era que no se limitaba a una opinión. En el trabajo de Buendía que le costó la vida había una indagación y una documentación rigurosa.
Se ha dicho que en el periodismo mexicano ha prevalecido la opinión por encima de la información, que se han hecho periódicos y revistas más con artículos de comentario y editoriales que con reportajes (José Pagés Llergo llegó a tener un gran éxito en los años 50 y 60 con una revista de columnas, Siempre!), y que se ha descuidado la idea de que un periódico es más influyente por los hechos que investiga y publica, no por sus opiniones. Sin embargo, la columna de Manuel Buendía tenía la particularidad de informar más que opinar. No eran simples comentarios sus escritos. Eran revelaciones. Y los hechos cuentan infinitamente más que las opiniones; o, como solía decir F. D. Roosevelt: los lectores se ven más influenciados por las noticias que por los comentarios. Aunque Manuel Buendía concedía un gran valor al estilo, que según él en la columna se podía llevar a la subjetividad más plena, la verdad es que su trabajo periodístico era más valioso por su información, o su contenido, que por su forma. Era, antes que un estilista, un reportero.
Un columnista de esta estirpe obtiene su información de muchas fuentes, pero sobre todo de sus múltiples relaciones personales y de su archivo.
Si todo oficio tiene sus pequeños secretos, el del columnista no es la excepción. El más interesante de esos secretos se llama archivo. “Para todo reportero es importante poseerlo, pero un columnista simplemente estaría perdido sin su archivo”, dijo en una conferencia Manuel Buendía.
Como un periodista es ante todo un organizador de la información, resulta que su archivo personal no comporta ningún misterio ni se abulta con documentos de extraordinaria confidencialidad: se compone sobre todo de recortes de periódicos. El columnista investigador lee todas las mañanas los diarios con las tijeras en la mano. Al paso del tiempo los temas se van integrando y enriqueciendo solos; basta ir pescando las novedades que de cuando en cuando van apareciendo en la prensa. Muchas personas se asombran ante las revelaciones de un periodista y se preguntan cómo y dónde consigue su información. Pero, como alguien decía, todo está en los periódicos: basta saberlos leer. Una información de aspecto nuevo, comentaba Buendía, de pronto se forma sola en el archivo, cuando varias piezas aparentemente inconexas se unen y producen algo de especial interés.
Afortunadamente para quienes deseen apreciar en un solo conjunto de columnas lo que es el estilo de un articulista, y lo que va siendo su obra periodística a lo largo del tiempo, existen los llamados libros de artículos, tan socorridos por editores y autores en los últimos años. Antaño la costumbre más común era pensar y escribir un libro ex profeso, es decir, como tal, como libro. Pero ahora, por las presiones del tiempo y las prisas, cada vez es mayor el número de escritores que hacen recopilaciones de sus artículos publicados en la prensa, de sus notas y sus conferencias. Lo hace Octavio Paz y lo hace Umberto Eco. Lo hicieron Roland Barthes y Leonardo Sciascia. Algunos compiladores lo han hecho con los escritos de José Alvarado, Gabriel García Márquez y Jorge Ibargüengoitia. Esto no es bueno ni malo en sí mismo. Lo que importa es que el libro resulte ameno, inteligente, interesante, provocador, y que tenga cierta fuerza expositiva cuando no un estilo disfrutable.
En Mitologías, Roland Barthes reunió columnas que había publicado en la prensa francesa entre 1954 y 1956 al calor de la actualidad. En ellas intentaba hacer una lectura de ciertos mitos de la vida cotidiana entre los franceses. Un artículo de prensa, una fotografía de un semanario, una película, un espectáculo, una exposición, servían de pretexto a Barthes para arriesgar una crítica ideológica al lenguaje de la llamada cultura de masas y un desmontaje semiológico de ese lenguaje.
Más o menos en la misma escuela de Barthes, pero ya entrados los años 70, Umberto Eco empezó a publicar sus columnas en un semanario italiano, L'Espresso, con un estilo directo y narrativo, no desprovisto de humor ni de sátira. Eco ha venido desarrollando este pensamiento coyuntural fijando su curiosa atención en los hechos de actualidad, ha pretendido realizar una semiología de la vida cotidiana, una aproximación al universo de los discursos periodísticos o políticos, a los fenómenos de la moda y las costumbres. Una importante recopilación de sus artículos se encuentra en La estrategia de la ilusión.
En diarios, semanarios, revistas mensuales, el autor de El nombre de la rosa y de Baudolino ha dado a conocer sus comentarios sobre lo cotidiano, en caliente, bajo el impacto de una emoción o e estímulo de un acontecimiento esperando que sean leídos y después olvidados.
Eco afirma que en un artículo de periódico los hechos se utilizan para dar origen a hipótesis, pero no con la intención de transformar la hipótesis en leyes. Simplemente se dejan a la valoración de los interlocutores que son los lectores. Si antaño este juego se jugaba en privado, se confiaba a cartas personales o a las páginas de un diario íntimo, ahora sucede que los periódicos son el diario íntimo del intelectual y le permite escribir cartas privadas muy públicas.
Una forma de participación política es para Eco escribir su columna en las revistas. Considera su deber invitar a los lectores a que adopten una sospecha permanente respecto a los discursos cotidianos y está convencido de que escribir es hacer política. Desde los sofistas, desde Sócrates, desde Platón, el intelectual hace política con su discurso. Eco cree hacer política no sólo cuando habla de las Brigadas Rojas sino también cuando habla de los museos de cera. Además, lo que le interesa como columnista es poner en juego una idea que tal vez, más adelante, desarrollará en un libro. Le fascinan las reacciones de sus lectores, las diversas lecturas que cada quien hace de un texto.
En el discurso periodístico la responsabilidad es menos grande que en el discurso científico porque es posible atreverse a emitir hipótesis provisionales. También es hacer política correr el riesgo del juicio inmediato, de la apuesta cotidiana y de hablar cuando se siente el deber moral de hacerlo, y no cuando se tiene la certeza (o la esperanza) teórica de hacerlo bien, escribe en La estrategia de la ilusión:
Visiones mexicanas, del neoleonés José Alvarado (1911—1974) reúne las mejores columnas de este virtuoso de la prosa periodística. Colaborador de Siempre!, Excélsior, El Día, Pepe Alvarado se manifestó como comentarista político desde su más temprana juventud, cuando en 1929 participó en las luchas estudiantiles por la autonomía universitaria. Se vio también involucrado en aventuras literarias como la fundación de las revistas Barandal, Taller, Romance, Letras de México y Tierra Nueva. La mayor parte de su obra quedó dispersa en periódicos y revistas en los que colaboraba dos o tres veces a la semana en columnas tituladas Apuntes al vuelo, Intenciones y crónicas, Laberinto, México de día y de noche. “Defendió sus ideas y sus afectos con su oficio de escritor y con su calidad de periodista. Se propuso escribir pensando, en lugar de escribir odiando o lisonjeando. De allí su obsesivo cuidado de la palabra, su afán de exactitud semiológica: sus indagaciones en el idioma, que lo llevaron a admirar el donaire de la precisión y el equilibrio en Alfonso Reyes; el estilo como forma de pensar, en Jorge Luis Borges; la esclarecedora penetración en el genio de la lengua, en Andrés Bello y Rufino José Cuervo. Pocos escritores nuestros han sentido y amado tanto las ricas posibilidades del castellano como José Alvarado, explorador de sus sorpresas con deleite”, escribió en su memoria Hugo Latorre Cabal.
Nacido en Guanajuato en 1928 y muerto en Madrid en 1983, Jorge Ibargüengoitia se dedicó fundamentalmente a la novela y al teatro (Los relámpagos de agosto, Las muertas, Dos crímenes, Clotilde en su casa. Ante varias esfinges), pero destacó también como columnista en la Revista de la Universidad de México, Excélsior, Vuelta y en el suplemento La cultura en México de la revista Siempre!.
Ibargüengoitia publicó más de 700 artículos en Excelsior entre enero de 1969 y julio de 1976, los martes y los viernes, en las páginas editoriales de ese diario. Sus columnas tenían el sello de su personalidad literaria, eran muy amenas y divertidas, gracias a un sentido del humor muy peculiar y a su fina, elegante ironía.
Guillermo Sheridan estuvo al cuidado de las recopilaciones que han aparecido bajo los títulos Autopsias rápidas, Instrucciones para vivir en México y La casa de usted y otros viajes. “Son dos mil cuartillas que trazan un doble mapa: uno, sentimental e irónico, de lo que significa vivir en México (es decir: de lo que significa padecer la ciudad y la provincia, viajarlas, comer, beber, votar, recordar, amar y aborrecer); otro, el que se desprende de la mirada singularísima, autónoma y escéptica del hombre que ve al país y que se ve a sí mismo mientras lo hace. Si algunos de los sucesos que, en la década de 1970, incitaron a Ibargüengoitia pueden considerarse caducos, no tardaremos en reconocer que la manera de convertirlos en literatura les agrega un valor más que propio”, escribe Sheridan.
Los viajes, Coyoacán (su barrio en la ciudad de México), el hombre asediado por el crecimiento y el absurdo urbanos, la impertinencia de algunos espacios arquitectónicos, el oficio de escribir, se encuentran entre los temas más recurrentes de los desenfadados ensayos periodísticos de Jorge Ibargüengoitia.


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