Wednesday, September 06, 2006

 

El reportaje en la práctica

¿Qué es un reportaje? Es una indagación.
A diferencia de la crónica, cuyo énfasis está en el cómo y en la descripción de una atmósfera, el reportaje es una indagación: una investigación sustentada en datos provenientes de la realidad, de uno o varios declarantes que se identifican civilmente (es decir, que dan su nombre) o de documentos.
El género periodístico que combina la información con las descripciones y las interpretaciones de estilo literario es, para los redactores de El País, Libro de Estilo, el reportaje.
Para Máximo Simpson el reportaje es una narración informativa en la cual la anécdota, la noticia, la crónica, la entrevista o la biografía están interrelacionadas con los factores estructurales, lo que permite explicar y conferir significación a situaciones y acontecimientos; constituye, por ello, la investigación de un tema de interés social en el que, con estructura y estilo periodístico, se proporcionan antecedentes, comparaciones y consecuencias, sobre la base de una hipótesis de trabajo y de un marco de referencia teórico previamente establecido. (Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, núm. 86. Reportaje, objetividad y crítica social. El presente como historia. UNAM; México, 1977.)
Según el escritor argentino, el reportaje se distingue por las siguientes características:
1. Representa una investigación.
2. Proporciona antecedentes, comparaciones y consecuencias.
3. Se refiere a una situación general de carácter social, aunque parta de un hecho particular.
4. Incluye análisis e interpretaciones.
5. Establece conclusiones.

Reportaje viene del francés reportage, es decir: del verbo reporter (llevar, trasladar). El galicismo reportar es incorrecto e inaceptable en castellano cuando se utiliza en vez de informar. En sentido estricto reportar significa proporcionar una cosa a alguien, beneficio o satisfacción, como cuando se dice: Esta novela ha reportado a Élmer Mendoza gran reconocimiento y muchas regalías. En castellano, pues, reportar quiere decir conseguir u obtener, pero no informar, que sí es lo que significa el verbo reportare en latín.
En todo caso la acepción más simple de reportaje es que se trata de una información periodística escrita luego de que el reportero ha hecho una encuesta o una investigación, ya sea porque fue testigo ocular de los hechos o porque hizo entrevistas o recogió datos en documentos, por ejemplo sobre los mismos.
Según la concepción del periodista venezolano Eleazar Díaz Rangel, el reportaje es el género periodístico más completo y más complejo: El más completo porque comprende, aunque no necesariamente, a todos los demás géneros del periodismo informativo. En el reportaje hay noticia. Nace de una noticia para desarrollarla, profundizarla y analizarla; puede emplear la reseña y la entrevista, y necesariamente tendrá que utilizar todas las formas del lenguaje, la narración, la descripción, el diálogo y la exposición conceptual, juntas o algunas de ellas.
El reportaje es un gran fresco donde las pinceladas son palabras y el reportero es capaz de proyectar, desde las páginas en blanco y negro, el calidoscopio multicolor que es toda la sociedad.
Toda la formación y toda la experiencia de un reportero tienen como objetivo prepararlo para ejercer de la manera más sugestiva y clara posible su capacidad de síntesis. Su trabajo consiste en simplificar: en volver simple lo complejo. De un océano de informaciones, el reportero habrá de elegir las más significativas, los datos que mejor argumenten su hipótesis de trabajo y le den un sentido a su historia.
Los datos provienen de documentos, archivos, libros, personas que se identifican y dan su nombre para responsabilizarse de sus declaraciones.

Un periodista profesional vive permanentemente informado: se lee todos los periódicos por la mañana y también los que aparecen por la tarde. Vive inmerso en la información: empapado en el flujo cotidiano y constante de todos los medios incluso los audiovisuales que transmiten noticias las 24 horas del día. Pero no sólo lee la prensa y escucha los noticieros para estar al día sino para ver cómo y con qué criterio se ha manejado la información en medios distintos al suyo. Por otra parte, es asimismo un gran lector de libros: novelas, ensayos, textos de historia, crónicas, biografías, porque tiene que estar ampliando su experiencia literaria y enriqueciendo su propio estilo personal.
La vida de un especialista de la información, pues, tiene su propia dinámica. De todo se nutre: de los murmullos, de lo que dice una persona en la calle, de las reacciones de los ciudadanos. Así, el periodista que es un lector y un escritor a cada momento toma el pulso a la sociedad. A veces el fragmento de una noticia le llega por teléfono. En ciertas ocasiones no falta un ciudadano que por conciencia civil le ponga en las manos un documento que podría servir de fundamento para la denuncia de un problema de interés colectivo. Así, cuando su director o su jefe de información le dan una orden de trabajo cuando le encargan un reportaje, por ejemplo lo natural es que el reportero no se sienta sorprendido. Como vive todos los días expuesto al flujo informativo y además intercambia opiniones con otros colegas y con la gente en general, suele saber de inmediato en qué campo cae el tema que le han encomendado.
Antes de lanzarse a la investigación de campo propiamente dicha (entrevistas con el mayor número posible de personas, especialistas, testigos, visita de lugares, investigación de archivos, cotejo de documentos), el reportero debe documentarse lo mejor que pueda en libros, colecciones de revistas y de periódicos.
Una vez en el teatro de los acontecimientos, el reportero pregunta, hace hablar a la gente, realiza todas las entrevistas posibles y necesarias. Entre más amplio es el espectro de sus entrevistados y sus diversos y a veces contradictorios entre sí puntos de vista, mayor riqueza tendrá su reportaje. En el reportaje la cantidad (de datos valiosos, pertinentes) es calidad.
Al recibir una orden de trabajo, el reportero se hace de una hipótesis previa que habrá de corroborar o cambiar en el lugar de los hechos.
El punto de partida puede ser una noticia que ante los ojos de un buen director resulta insuficiente o incompleta. Por ejemplo: una información de rutina, a través de un boletín de prensa, de la Procuraduría General de Justicia de la República, en la que se da cuenta de un decomiso extraordinario de droga en Chihuahua, puede servir como idea para un reportaje. Fue precisamente ése el caso del periodista Rodrigo Vera cuando hacia finales de 1990 salió rumbo a Chihuahua para ir más allá de la noticia, para indagar más a fondo cuál había sido el impacto de la espectacular acción policiaca en la comunidad rural donde supuestamente se llevó a cabo.
La hipótesis del reportero era que a unos 300 kilómetros al sur de la ciudad de Chihuahua se había decomisado el mayor cargamento de cocaína en la historia del país y que algún efecto, o alguna impresión, debía haber causado entre los habitantes de la región. Esa sería su nota, ésa sería la historia que tendría que contar: la reacción de los ciudadanos ante el acontecimiento. Sin embargo, preguntando y hablando con la gente empezó a establecer que en el lugar al que hacía referencia la información de la Procuraduría no había habido ningún decomiso ni ningún tiroteo ni habían aterrizado aviones.
¿Qué fue exactamente lo que allí sucedió? Esa era justamente la pregunta en la que habría de abundar el reportero en el momento de redactar porque, una vez en el escenario de los hechos, el misterio se volvió el tema fundamental y más interesante de su trabajo. No es que hubiera tenido que cambiar su hipótesis porque finalmente daría a conocer la reacción de la comunidad ante el fenómeno del narcotráfico en la zona, pero como suele suceder cuando se parte de una información vaga e incompleta la verdad es que en su trabajo de campo se encontró con una realidad mucho más compleja que la prevista: un mundo de enigmas y relaciones de poder que le permitió también exponer problemas relacionados con los derechos humanos y con la forma en que los representantes del Estado se comportan en su trato con los ciudadanos.
Pero ¿de qué iba a escribir Rodrigo Vera si nadie sabía nada de nada? ¿Cómo organizar en un texto ese cúmulo de informaciones definidas en lo fundamental por el misterio?
De regreso a la redacción de su revista, días después, y ante la pantalla de su computadora, el reportero se concentró en la composición por escrito que desde su viaje de retorno venía ya organizando mentalmente: partía de algo que su experiencia de periodista, su instinto profesional, le hacía considerar como lo más significativo desde el punto de vista periodístico ¿Qué era lo noticioso? ¿Cuál era su nota? ¿Qué era lo más dramático de su reportaje? El misterio. El enigma. La contradicción entre los informes oficiales referidos a lugares y hechos y la versión de los habitantes de esos mismos lugares, testigos no de algo que sucedió sino de algo que no aconteció. En esa incertidumbre y en esos enigmas estaba la riqueza del reportaje que Rodrigo Vera tuvo que componer como una crónica, un reportaje narrativo, descriptivo, demostrativo y de investigación. Su trabajo como escritor consistió no en interpretar los hechos sino en mostrarlos según se lo habían expuesto sus entrevistados y apelando a la inteligencia del lector que habría de sacar sus propias conclusiones y hacerse su propia composición de lugar sobre las relaciones entre crimen y poder.
Poco a poco, como quien erige una barda de ladrillos, el reportero fue ensamblando los diversos fragmentos de información hasta lograr un efecto de conjunto conmovedor, preocupante y grave, manteniendo al máximo una objetividad estilística: un lenguaje sencillo, preciso y claro, por una parte, y una ausencia total de adjetivos innecesarios, por otra. Seguramente no fue recogiendo sus datos en el orden en que los presentó por escrito, ni en la misma secuencia cronológica en que se dieron, pero precisamente en eso consiste la estructura (el esqueleto) de un reportaje: en el ordenamiento que a cada paso va decidiendo el redactor, en la elección del lugar justo en que coloca un dato, al principio o al final. De un número indeterminado y copioso de datos escoge uno para su primera frase de apertura: aquella información que le permitirá plantear el tema y registrar el sentir de uno o varios de los actores sociales. Asimismo, de esa diversidad de datos seleccionará uno o dos que le habrán de facilitar el cierre circular de su texto con un remate o una sugerencia de conclusión.
Para desempeñarse con esta eficacia por escrito, es necesario que el reportero se vaya educando en su oficio de escritor, aprovechando en lo posible su experiencia literaria y su imaginación. Ya lo decía Gabriel García Márquez en una entrevista que en agosto de 1991 le hicieran en The New York Times: “Me interesan todos los géneros narrativos: contar historias. Yo creo que el periodismo implica imaginación y que es un género literario. No se puede ser un buen periodista sin imaginación.”

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