Tuesday, September 05, 2006

 

El estilo del periodista

Los periódicos son medios de comunicación,
pero no medios masivos de comunicación.
—Abelardo Casanova

La previsión del periodista sonorense, en 1992, parecía referida sólo al escaso tiraje de los diarios del Noroeste. En cosa de diez años no parece una alusión gratuita a la tendencia a la baja que están sintiendo en todos los países los medios impresos, sobre todo en una sociedad ágrafa como la nuestra. Nadie supone que los periódicos y las revistas vayan a desaparecer, ni que en su mayoría sean dignos de ser leídos, en primer lugar porque no tenemos por qué permitirlo o resignarnos a la fatalidad. Sin embargo, es evidente que cada día llegan menos a las manos de un sector muy reducido de la población. Mario Vargas Llosa sostiene que no hay una destino preestablecido que haya decidido por nosotros lo que vamos a ser, a pesar de que el formidable desarrollo de los medios audiovisuales monopoliza cada vez más el tiempo que dedicamos al ocio y a la diversión, arrebatándoselo a la lectura.
Otro optimista de la palabra escrita responde al nombre de Álex Grijelmo. El autor de El País. Libro de estilo, La seducción de las palabras, Defensa apasionada del idioma español, y El estilo del periodista, está convencido de que el repliegue de los medios impresos no responde únicamente a la proliferación de los cortos, rápidos, superficiales mensajes televisivos y radiofónicos, sino al descuido de los practicantes del periodismo escrito que han perdido el amor por el estilo y la lengua.
En su esperanza de recuperar el placer de la escritura, la alegría de la frase feliz, el profesor español rescata en estos libros el sentido que siempre tuvo el mester de periodista.

Solo la belleza del idioma puede
lograr la supervivencia de estos
medios frente al desarrollo y avance
de las nuevas tecnologías electrónicas.
—Alex Grijelmo

Un libro como el suyo, El estilo del periodista (editorial Taurus), que se pretende auxiliar de la enseñanza y el autoaprendizaje, está obligado a cubrir las nociones más elementales del oficio (las concernientes a los géneros periodísticos clásicos, por ejemplo), pero al mismo tiempo se propone como una apuesta en favor de la buena escritura y el gusto por el idioma y, además, como una reflexión sobre los medios actuales de comunicación y el papel que tienen en nuestra percepción del mundo. Su uso es muy práctico. Está organizado como el diccionario de lugares comunes de Gustave Flaubert (que por cierto acaba de publicar la estupenda revista Biblioteca) y no debería faltar en el escritorio de cada periodista o estudiante de “ciencias y técnicas de la comunicación”.
Álex Grijelmo ha estado dando clases y dirigiendo talleres en la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano que fundó en Cartagena de Indias, Colombia, Gabriel García Márquez (otro optimista del periodismo escrito). Cuando publicó, sin firma, El País. Libro de estilo, no fue el primero en sorprenderse de que el volumen se vendiera como pan caliente más entre lectores comunes y corrientes que entre estudiantes y profesionales de la información. Y es nunca imaginó que los pocos lectores de periódicos que quedan (entre más pocos, más leales, más acuciosos) quieren saber cómo están las costuras del traje por dentro, cómo se cocina la cosa, como se le manipula, cómo se le da gato por liebre, cómo se hace el vacío a un acontecimiento o a algún personaje, cómo se oculta una noticia en páginas interiores, cómo se prepara una entrevista, cómo se buscan siempre por lo menos dos opiniones (si opuestas, mejor) para equilibran las diferentes versiones de la “verdad”.
En el fondo lo que está en las proposiciones de Grijelmo es la incitación al periodista para que asuma la escritura de libros como una tarea paralela a la de su fugaz quehacer cotidiano. La concentración en un libro le permitirá conocer el placer de la escritura: actuar como su propio jefe, con mayor libertad, pues tendrá para realizarlo todo el tiempo que necesite, y podrá conseguir mayor densidad y profundidad en los temas que trate. El libro, por lo menos, interesa a su autor: le ayuda a inventarse y a integrarse mejor como ser humano. Que se venda o no el libro, eso ya es otro boleto.
La crónica y el reportaje —a diferencia de la pura invención literaria— tienen como referentes más inmediatos los hechos y los testimonios verificables. Por mucha fantasía que pudiera traslucirse en el metabolismo literario del periodista y en las subjetividades de los entrevistados, la norma es que el redactor se limite en lo posible a los datos y no se valga de la convención de la mentira propia de la literatura.
El periodista es un cazador, alguien que establece conexiones: relaciona hechos e ideas, escoge datos con rigor y criterio, comprueba las fuentes, interpreta el acontecimiento y organiza por escrito lo mejor que puede su texto para disfrute del lector. Algo semejante, pero según otras reglas, hace el novelista, que es un agricultor y vive en un ritmo mental —más lento— que el del periodista siempre acelerado por la presión de los hechos y el tiempo.
“Las imágenes son mucho más aptas”, dice Fernando Savater, “para comunicar acciones o desbordamientos pasionales que razonamientos. La televisión ofrece formas seductoras como la expresividad no verbal, los gozos y las sombras del cuerpo a cuerpo, la catarata visual y rítmica del videoclip, pero el periodismo escrito tiene el propósito de civilizar, contrapone a la sensación el pensamiento y a la imagen subyugadora el sentido”.













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