Tuesday, September 05, 2006

 

El espacio mediático

Las críticas más duras e interesantes que se han hecho a los medios masivos de comunicación de nuestro tiempo han estado firmadas por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, y su discípulo y amigo Serge Halimi.
Pierre Bourdieu (Pensamiento y acción; Ed. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2002) parte de la idea de que todas las sociedades producen una representación de lo que son y de lo que quieren ser: proyectan sus fantasías y sus deseos, construyen para sí mismas una visión del mundo y esa manera de organizar su percepción se realiza, entre otras cosas, pero fundamentalmente, a través de los medios masivos de comunicación. Entre nosotros como sujetos y el mundo como representación se interponen los medios que comercializan la información como mercancía. Son el cristal —de diversos tonos, a veces opacos y confusos— con que miramos las cosas.
Llevamos ya por lo menos veinticinco años oyendo la misma cantaleta referida a la “importancia actual del los medios de comunicación”. ¿No eran importantes en 1943? ¿Hacia 1917 o 1823 no tenían ninguna importancia?
Lo que sucede, por supuesto, es que nunca en la historia como ahora la profusión y la proliferación de los medios había sido tan vasta. Nunca como ahora la intrusión de los medios en los hogares había sido tan consuetudinaria ni tan penetrante, para bien y para mal. Hace todavía veinte años no se contaba, tecnológicamente, con la abundancia de sistemas impulsados por la vía electrónica, telefónica y satelital. Por esta nueva circunstancia, más allá de la consabida y tradicional tendencia del poder a controlar a la prensa, es natural que en nuestros días la lucha política apunte esencialmente a condicionar esos medios y las visiones que procrean. Siempre ha sido ése el propósito de la propaganda, pero ahora también se tiende, según Bourdieu, “a reforzar o modificar la visión del mundo social” controlando los medios audiovisuales y, si es posible pero no indispensable, también los impresos.
Otro de los libros más críticos del periodismo que se han escrito en los últimos años se titula Los nuevos perros policías, de Serge Halimi, profesor de la Universidad de California en Berkeley, y colaborador de Le Monde Diplomatique. A fines de 2002, Les nouveaux chiens de garde llevaba vendidos más de 220 mil ejemplares y hasta esa fecha, habiendo aparecido en 1997, Le Monde no había publicado una crítica del libro.
Serge Halimi, de 40 años, doctor en Ciencias Políticas, profesor también en la Sorbona, se refiere particularmente a la situación de los medios en Francia y sólo el lector mexicano de su libro sabrá inferir si hace extensivas sus ideas al caso de México. Es curioso, pero no casual, que hasta ahora su libro no haya sido publicado por ninguna editorial de habla española. Serge Halimi acusa a los treinta periodistas franceses más conocidos de amplificar la voz del poder económico y político, de erigirse en profesores de moral y censurar el pensamiento crítico con la "utopía ultraliberal".
El escopetazo constante de la información radiofónica y televisiva ‑rápida y breve, perecedera y volátil— no tiene a la gente mejor informada que antes. El receptor se entera de que sucedió algo, pero no retiene mucho los detalles ni le importan mucho. Los sabe como de oídas y de alguna manera intuye que no necesita saber leer ni escribir para estar mínimamente informado, como si estuviera de vuelta en la deliciosa irresponsabilidad de la infancia analfabeta.
No sabemos muy bien hacia dónde vamos. Lo único que sentimos es que estamos asistiendo a un momento de transición, del periodismo escrito al periodismo oral. Y podría pasar lo que pasó con los telegrafistas: que los periodistas escritores ya no tengan ninguna razón de existir y tengan sus días contados.
Los mecanismos y la influencia del “campo periodístico” cada vez están más sometidos a las exigencias del mercado e inciden en los diferentes campos de producción cultural: el jurídico, el literario, el artístico, el científico. Hay una globalización del capital y por tanto de los medios que utilizan las grandes empresas monopólicas para obtener ganancias. Y esta transformación que nos está ocurriendo tiene que ver con la cultura dominada por lo mercantil, ajena a todo sentido de solidaridad. Son los tiempos que corren. Todos los días, alrededor de las 24 horas, somos bombardeados sin piedad por esos estridentes cañones de la información simplificadora, transitoria y desechable, que accionan artilleros de muy mediana formación intelectual.
Bajo el imperio de esa otra dimensión que empieza a configurar el espacio mediático, los periódicos se han convertido en parques temáticos; se dividen en secciones o en muchos periódicos especializados, para todos los gustos, como las capas de una cebolla. En sus encebolladas páginas se recopilan opiniones en lugar de hechos y, finalmente, la “opinión pública” se manipula como simple y llano público: espectadores, clientes a quienes hay que halagar y satisfacer. Consumidores, no ciudadanos.
A lo que se refiere Bourdieu no es a la profusión de los medios sino a su calidad y a su uso. El manejo delicadísimo de la información suele quedar en manos de un ejército de locutores y periodistas orales —cuya mediocridad no sólo es atribuible a su falta de estudios universitarios— que se prestan al juego de sus patrones empresariales y sus relaciones de poder.

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