Wednesday, September 06, 2006

 

El ensayo reportaje

El “ensayo reportaje” es una denominación personal: la que Fernando Benítez (nacido en México, D.F. en 1911) da a sus crónicas y reportajes periodísticos. Con esta expresión, el autor de Los primeros mexicanos, La ruta de Hernán Cortés, Los demonios en el convento, Los indios de México, entre otros libros, indica muy claramente que sus textos son una composición escrita que participa tanto de la reflexión propia del ensayo literario como de las descripciones y las entrevistas características del periodismo.
En las primeras líneas de Los huicholes (tomo II de Los indios de México), el que fuera director de El Nacional y de suplementos culturales como México en la Cultura, La Cultura en México, La Jornada Semanal, apunta que en cierto momento de su vida, cerca ya de los 50 años, decidió salir de la capital para conocer su país.
“La ciudad de México es la cabeza de la monarquía y por lo tanto priva en ella un ambiente cortesano. Aquí está el palacio del rey en turno, aquí trabajan los ministros y los jerarcas, aquí viven los banqueros, los industriales, la alta burguesía, los intelectuales y naturalmente casi todas las conversaciones de esta gente se refieren a la política, a la sucesión del trono y a los menores cambios del gabinete. El intelectual de la meseta es un cortesano nato. En los cafés y en las reuniones hace circular una enorme cantidad de bromas sangrientas, de cábalas, de predicciones y de análisis tan sutiles como falsos y regocijantes.
“Yo he pertenecido al ambiente del establishment y confieso que me gustaba mucho practicar ese tipo de gimnasia intelectual, pero a medida que envejecía me iba produciendo, como cualquier tipo de gimnasia, un aburrimiento invencible. Las teorías sobre los problemas políticos, sobre el campo, sobre la educación superior, se elevaban siempre con el humo de los cigarrillos en forma de brillantes globos que se fundían en el espacio y un día traté de conocer por mí mismo una realidad que, bien cocinada, me había servido de alimento durante décadas de orgías y banquetes canibalescos.”

Un largo viaje a Yucatán sirvió a Fernando Benítez de revulsivo. “Lo que sucedía guardaba tan escasa relación con nuestras largas pláticas cortesanas, que mi libro sobre Yucatán mereció la censura de dos técnicos pertenecientes a la dirección de la editorial y a mis habituales tertulias de la mañana.”
El historiador y periodista decidió seguir explorando el país y así fue internándose en las comunidades de los tarahumaras, los tepehuanes, los mixtecos, los mazatecos, hasta llegar a componer su obra fundamental: Los indios de México.

—Fernando, la entrevista suele ser un género periodístico muy ambiguo, es una especie de ensayo vicario, retrata sólo una parte del entrevistado y la da por el todo Norman Mailer decía que él se sentía con derecho a cobrar las entrevistas que se le hacían porque al fin y al cabo él era el que hablaba ¿Tú qué crees que es la entrevista?
—Es una parte del reportaje; todo lo que sabe el periodista lo sabe a través de las palabras. Para mí, todo el periodismo es una literatura escrita bajo presión, a la carrera. El periodista no tiene tiempo de afinar su escritura; debe obrar en el momento mismo porque mañana para él ya es demasiado tarde. Esto es un inconveniente, desde luego, pero está compensado por la ventaja de poder trabajar sobre materiales en caliente, de poder trasmitir al lector la vida de los acontecimientos. En la fugacidad de este género radica su excelencia.
—¿Te refieres a la noticia?
—Sí, porque la entrevista informativa es igual en estructura a la noticia. El trabajo del entrevistador consiste en valorar y jerarquizar su material principiando con una síntesis explosiva. En México el arte de la entrevista no se ha desarrollado porque a los políticos y a los hombres importantes les gusta disfrazarse de esfinges. Recuerdo una anécdota del general Cárdenas. Asistía a un baile de provincia y una muchacha le pidió que bailara con ella. Cuando bailaban, la muchacha le preguntó: General, ¿por qué se ve usted tan bien? Mire usted, señorita le contestó Cárdenas, yo no fumo, no tomo alcohol, monto a caballo, nado, y sobre todo me callo; porque usted sabe, las enfermedades entran por la boca. El arte del periodista en México consiste, pues, en arrancar la careta al personaje y hacer que revele lo que la gente quiere saber. Muchas veces una negativa en un país tan elusivo puede entenderse como una afirmación.
—¿Ha habido algunos cambios importantes en la prensa mexicana de los últimos años?
—En principio, los periódicos en México han sido creados para defender determinado tipo de intereses. Hubo un momento en que no era posible encontrar en ellos la menor crítica. Yo me formé en la redacción de El Nacional. Era el año 1936. Aunque El Nacional fue fundado por Calles, Cárdenas le dio una gran importancia porque pensaba que a la prensa sólo podía combatírsele con la prensa. El periódico fue creado para defender los intereses de los campesinos y los obreros, para defender a la Revolución y explicarle al país en qué consistían las finalidades de su política. Recuerdo que todas las noches llegaban a la redacción para leer los cables, el embajador de España, Marcelino Domingo, y Julio Álvarez del Vayo. Cárdenas había consagrado el derecho de asilo y en la página editorial que yo dirigía, colaboraban Aníbal Ponce, de Argentina; Juan Marinello, Nicolás Guillén, de Cuba; y, más tarde, cuando la guerra española se perdió, la mayoría de los grandes escritores exiliados. Fue un tiempo inolvidable, de grandes tensiones y esperanzas. Cárdenas no repartía tierras estériles; centró su política agraria expropiando los latifundios que eran la base de la economía nacional; Yucatán, La Laguna, El Yaqui, Los Mochis, Lombardía, Nueva Italia, que hasta entonces se habían considerado intocables. La tercera parte de su gobierno la pasó hablando con los obreros, los campesinos y los indios. Muchos le criticaban que perdía su tiempo, y pocos se dieron cuenta de la significación moral de su política; aquéllos habían sido los humillados y los ofendidos, los siervos o el peonaje, y por primera vez tenían una conciencia de sus derechos y de su dignidad. Habían dejado de ser monstruos para convertirse en hombres. De todas maneras, los periódicos atacaron la reforma agraria, la expropiación petrolera, la formación de grandes sindicatos, la política indigenista. A medida que la burguesía fue reconquistando posiciones, apoyada en los gobiernos sucesivos, la prensa reaccionaria cobró su antigua relevancia. Ya no fue más El Nacional el órgano del gobierno, sino los periódicos más reaccionarios. No por un azar perdí más tarde la dirección del periódico. Mi salida coincidió con el auge del alemanismo, es decir: de la contrarrevolución. En tales condiciones no tuve más remedio que hacer periodismo cultural. Traté de rescatar una parte mínima del espacio concedido a los crímenes y a los irrisorios fastos de la burguesía mexicana o a las noticias de una administración burocratizada para la cultura.
—Fundaste entonces México en la Cultura.
—Sí; pero después de más de diez años, nuestros conflictos con la empresa de Novedades fueron interminables y culminaron con la Revolución Cubana. Pensaban que la cultura consistía en reseñar con la necesaria banalidad lo que ocurría, en hacer recensiones inocuas de libros, teatro o música. Todo lo que hacíamos merecía una amenaza. Si condenábamos la fábrica de churros llamada cine, protestaba la industria. Si nos ocupábamos de la censura previa en el teatro, protestaba el Departamento Central. Si comentábamos un libro revolucionario, se entendía como una provocación deliberada. Nuestro sistemático rechazo de los mediocres nos ganó el honroso título de La Mafia, que todavía ostentamos. En realidad, ningún periódico estaba preparado ni cultural ni técnicamente para realizar una convincente difusión cultural de alto nivel. La crítica es una parte de la cultura y su ausencia sigue siendo el talón de Aquiles de la cultura mexicana.
—Sin embargo, sí ha habido cierto periodismo crítico por parte de la prensa convencional.
—Sí. El Espectador significó una apertura crítica en 1960, pero no alcanzó trascendencia porque ese género de revistas tiene muy escaso tiraje y sólo llega a grupos muy reducidos. Lo que debe hacerse es asaltar los grandes bastiones de los periódicos diarios y dar la pelea dentro de ellos. El Día quiso seguir las huellas de El Nacional, pero los tiempos habían cambiado y ciertamente López Mateos y Díaz Ordaz no eran un Calles ni muchísimo menos un Cárdenas. El Día mantuvo cierta objetividad hasta que llegó el 2 de octubre. La matanza le arrancó su máscara y dividió a los intelectuales. Ahora, por lo menos ya sabíamos a qué atenernos. Nosotros dijimos en Siempre! lo que teníamos que decir, y me parece que no hay ninguna publicación que se nos pueda ni remotamente comparar en el análisis y en la crítica de estos sucesos que también habrían de modificar la fisonomía del país. Nunca se ha extinguido la disidencia, pero no es lo mismo valerse de un libro o de una revista que de un gran periódico. Sin duda, todo lo que ha dicho Daniel Cosío Villegas ya lo habían dicho con mucha anterioridad Carlos Fuentes, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Monsiváis, pero el éxito de Cosío se ha debido fundamentalmente a que Excélsior tuvo el valor de publicar sus críticas quebrantando el monolitismo de la gran prensa. Scherer García ha roto por lo menos dos tabús: hizo que la prensa diaria recobrara su vocación crítica y demostró que esta crítica no afectaba en lo fundamental la economía de los diarios alimentada por los comerciantes y controlada en buena parte por las agencias publicitarias norteamericanas que operan en México. Es curioso observar la diferencia que hay entre un auténtico periodista como y el resto de los periódicos manejados por sus dueños que no son, desgraciadamente para ellos, analfabetos sino semianalfabetos; no son periodistas sino criminales o bribones.
—¿Hay censura?
—En realidad la censura es indirecta. Los dueños de periódicos se censuran a sí mismos porque no son periodistas, sino negociantes, aunque se les demuestre que pueden ganar más dinero diciendo la verdad que incurriendo en la mentira.
—¿Por qué no empezaste tú por publicar en la prensa tus reportajes críticos? ¿De ahí derivaste a la novela?
—Ningún periódico quiso publicarlos. Incluso dos miembros de la junta de gobierno del Fondo de Cultura Económica objetaron la publicación de Ki, el drama de un pueblo y de una planta, porque mencionaba los nombres de los gobernadores que se habían enriquecido haciendo grandes negocios con el henequén. Afortunadamente la mayoría de los miembros y el director del Fondo, Arnaldo Orfila Reynal, me apoyaron y el libro pudo salir en 1953. Fue ése mi primer intento de realizar un ensayo—reportaje. Entrevisté a no menos de cien gentes, desde los gobernadores y el arzobispo hasta el último cortador de pencas. Me sentía bien escribiendo sobre Yucatán, porque era la posibilidad de denunciar una injusticia y también por un deseo de aventura, pues Yucatán es una tierra sin tierras, sin ríos y sin montañas, donde un puñado de bribones condenan sin remisión a medio millón de indios mayas. Ki suscitó una violenta polémica y fue bautizado como el libro del año, pero yo no estaba satisfecho. Alentaba la esperanza de que ese estudio pudiera modificar algo la situación en Yucatán, pero los políticos no lo tomaron en cuenta. Entonces me invadió una gran desesperanza. Había escrito otro reportaje sobre la situación de los indios tarahumaras en el extremo norte y preferí guardarlo en un cajón mientras intentaba la novela. Si bien se ve, mis dos únicas novelas no son otra cosa que dos extensos reportajes. Uno sobre la muerte de Carranza y otro sobre la rebelión de un pueblo de Michoacán contra su cacique. Estos dos libros, El rey viejo y El agua envenenada, en realidad nunca se han dejado de reeditar y han sido objeto de numerosas traducciones, pero este éxito no me hizo perder el sentido de la proporción. Más o menos su publicación coincidió con el auge de la literatura latinoamericana y comprendí que siempre sería yo un novelista de segunda clase, porque en el fondo no soy otra cosa que un reportero. A partir de entonces me dediqué a escribir sobre los indios de México.

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