Tuesday, September 05, 2006

 

Aprendizaje del periodismo

Cuando en 1902 Joseph Pulitzer tuvo la idea de fundar la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, en Nueva York, fue muy criticado porque no a todo mundo la parecía que los periodistas debían estudiar tanto como los abogados, los ingenieros o los neurocirujanos. Pulitzer creía que sí, que el periodismo es una de las grandes profesiones, válida en sí misma y con su propio plan de estudios. Un oficio con su propia legalidad.
El dueño de The Saint Louis Post Dispatch y de The New York World aspiraba a que sus editores y reporteros escribieran muy bien, pero también sabía que escribir bien no era un fin en sí mismo. Impulsaba a sus editores a profundizar en los hechos y en sus significados, a tomarle el pulso a la nación y a una ciudad que en sí misma era un estupendo laboratorio periodístico: Nueva York. De todo, según él, era independiente el periodismo, menos del interés público. ¿Qué profesión podría comparársele en su privilegio de moldear la opinión pública y darle vida al debate democrático todos los días?
Una escuela contribuiría a que se hicieran mejores periódicos y a establecer las pautas de comportamiento que irían dignificando la convivencia civil: el respeto a las diferencias, el derecho a ser y a pensar como a uno le dé la gana mientras no perjudique al prójimo, el imperativo de anteponer el interés general por encima de los intereses particulares.
Si alguien nacía con cierto instinto periodístico (la curiosidad por la información, el interés por la vida de otros seres humanos en todos los confines de la tierra, el placer de comunicar algo no sabido) en nada le perjudicaría meterse en los libros y adquirir conocimientos. Antes al contrario. La escuela le permitiría desarrollar esas cualidades innatas.
Ninguna escuela puede dar la imaginación, la iniciativa, el impulso, el entusiasmo, el sentido del humor y la ironía que se van afinando con el oficio, pero ¿no es cierto que estas virtudes pueden enriquecerse con la experiencia intelectual y el ambiente de una verdadera escuela donde pululan los jóvenes y sus ilusiones?
"¿Cómo será la sociedad y la política dentro de setenta años, cuando algunos de nuestros estudiantes todavía vivan?", se preguntaba Pulitzer en 1902. "¿Tendremos todavía un gobierno constitucional, seguirán todos los ciudadanos siendo iguales ante la ley, o triunfarán los poderes del dinero o de la mafia?"
Ese futuro, pensaba Pulitzer, dependería del mínimo de educación que pudiera desprenderse de la prensa. Entendía que los periódicos sirven para la circulación de las ideas, son las plazas públicas en las que se confrontan las discrepancias y donde los líderes políticos se comunican con sus correligionarios.
El 25 de septiembre de 1912, primer día de clases, se inscribieron 78 estudiantes. En 1935 de hecho el plan de estudios se cambió y la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia se volvió la primera del país en adoptar un programa exclusivamente a nivel de postgrado.
Muchas años más tarde, en 1984, George T. Delacorte instauró la especialidad del periodismo de revista.
Aparte de ubicarse en una universidad de prestigio, que da los famosos premios Pulitzer y Alfred DuPont para los mejores trabajos del periodismo radiofónico y televisivo, la Escuela
es algo más que una institución de enseñanza. Su Columbia Journalism Review, por ejemplo, constantemente hace un seguimiento de los periódicos más importantes, los critica y polemiza con ellos.
Sin embargo, con todo lo que ha arraigado en la universidad norteamericana la tradición de una carrera exclusivamente de periodismo, una saludable insatisfacción se percibe en el ambiente. Los estudiantes no siempre salen bien preparados: se gradúan enterados de todo pero de nada a fondo; no se les enseña cómo funciona, por ejemplo, el sistema de la administración de la justicia y tienen por tanto que tomar cursos especiales de derecho o de economía si van a dedicarse a cuestiones financieras o bursátiles.
Se cree que basta salir a la calle y hacer las preguntas de la retórica clásica: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué. Pero es un hecho que los periodistas titulados egresan sin haber profundizado en la historia de las ideas políticas y económicas, por ejemplo, en derecho administrativo o en las obras más importantes de la literatura.
En otros países, en Italia por ejemplo, no se ha tenido mucho entusiasmo por las escuelas de periodismo. Las universidades ofrecen carreras hermanas —sociología, semiótica, historia, literatura— pero no consideran que en sí mismo el oficio de informar merezca tantos años de estudio como la física cuántica. Se razona que el periodismo es un lenguaje, una técnica, como la mecanografía o la taquigrafía o una especie de programa procesador de palabras (uno no se mete cinco años para aprender el Word o el sistema operativo de Machintosh), es decir, un lenguaje como cualquier otro: un vehículo. Uno no se pone a estudiar cinco años de mecanografía o a hacer una carrera de taquigrafía, pues son modos de hacer, técnicas, que se pueden dominar en cosa de un año. Son saberes que se adquieren al margen de cualquier carrera, como los idiomas, que son lenguajes, que son vehículos.
Uno se pone a estudiar una carrera y luego, paralelamente, toma un curso de periodismo, puesto que es sólo una técnica, un savoir—faire, un know—how, un saber para organizar la información proveniente de cada uno de los otros campos del conocimiento.

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